A
veces, sólo a veces, los sentimientos se expresan con tal desnudez del alma que
trascienden por encima de etiquetas y conjeturas ortodoxas para ser… libertad.
Y libertad embrujada, errante, que huye de notas carcelarias para alzar su
tibia voz no para romper el silencio, sino para acariciar ese silencio y
fundirse en él con una armonía tal que es… vivísima naturaleza. Es esta la
sensación que siempre me dio ese poeta del flamenco que se nos acaba de ir,
Manuel Molina. Cuya música, como digo, trascendía de lo estrictamente flamenco
para fusionarse no con el pop o el rock, sino con los acordes y arpegios de la
mismísima naturaleza. Porque yo, escuchando a Manuel, ya en su última etapa en solitario,
con su traje blanco impoluto, sentado en su silla de enea, con esa guitarra
mirando al cielo, con esas manos abiertas, como quien desea recoger y abrazar
una oración divina, no esperaba escuchar ni a un cantaor ni a un trovador ni a
un juglar ni a un sacerdote… ¡que de todo tenía un poco!, sino el caudal
sinuoso, gitano y espiritual del discurrir de un río. El agua, siempre fresca,
emocionante y casi mística, de una voz casi sin voz, de una guitarra casi sin
cuerdas, de un sonido casi callado. La poesía en su más desnuda vertiente,
entrelazadas con los giros del silencio como fiel aliado de la cueva de su
garganta, buscando y a veces encontrando respuesta a ese alma abierta a la
inspiración. Inspiración transida que a veces bajaba y otras no, pues los
duendes caprichosos nunca jamás se someten. Pero cuando esto ocurre, concurren
las notas más sinceras y hondas que podamos distinguir, pues es la misma
emoción de vida, con sus lágrimas y fatigas, la que se abre a nuestros ojos y
oídos.
Manuel
Molina no ha sido un cantaor en sí, tampoco un guitarrista al uso, ni siquiera
un músico dedicado a su tiempo, sino un hombre que amaba la vida, el amor, la
paz y la naturaleza; que se transfiguraba en alba, en madrugada y en atardecer
y que derramaba sus sentires flamencos como una lluvia de cobres y azabaches.
Vanguardista, innovador, a veces transgresor, sí… Usen todos los apelativos que
quieran, pero por encima y por debajo de todo eso, llámenle brujo de vida y
libertad.
Publicado en Viva Jerez el viernes 22 de mayo de 2015