Luis
Miguel Farfán Marín. 24 años. Nacido en el pueblo mexicano de Sacalum. De
profesión novillero. Si les digo estos datos a buen seguro no sabrán de quién
les hablo. Lo Triste es que si les digo que ha fallecido recientemente en la
plaza de toros de Mani ante las astas de un novillo… seguirán sin saber de
quién les hablo. Resulta estremecedor a la par que injusto, comprobar cómo se
muere en este arte del toreo sin apenas repercusión y reconocimiento. A buen
seguro, este novillero azteca soñaba con ser figura del toreo, disfrutar de
algún día ver su nombre en los carteles de Madrid y Sevilla. Dar la vuelta al
ruedo en aquella arena de la Monumental mientras sus ojos tropezaran con las
miradas de bellas señoritas y comprarse un lucido coche que navegara por las
ganaderías de postín de allí y de aca. Pero nada o poco tiempo le dio a Luis
Miguel de cumplir sus sueños.
Sus
deseos se vieron truncados demasiado pronto cuando los pitones y los riñones de
aquel novillo formaron total presión sobre su endeble abdomen hasta la trágica
fatalidad. Me apena no haber conocido nada de esta joven promesa. Qué corte de
toreo sentía, con qué torero soñaba, si con Arruza o con Manolete, si era más
de Joselito que de Belmonte… Qué virtudes y condenas se cruzaban en los azares
de su vida, pero más aún me entristece que en el toreo exista esta muerte
callada, por aquellos jóvenes que no conocieron la gloria ni llegaron a
figuras. Ya dijo Bergamín sobre aquella música callada que impregnaba el toreo
de Paula, pero nadie dice de estas muertes calladas sesgadoras de soñadores,
románticos peones avocados al pronto olvido y a no existir ni en los grandes
libros de toreo ni siquiera en los retablos de algún periódico local. Muerte
callada, como si no hubiera nacido y como si no hubiera existido. Tan solo,
claro, para los familiares.
Curiosamente,
en menos de 24 horas de la muerte de Luis Miguel, muere un forcado ante un toro
en las mismas tierras mexicanas. Estos burladores del toro, valerosos dontancredos,
que templan hasta parar la embestida feroz del astado a cuerpo descubierto, a
base de audacia, ciencia y valor, en ese pequeño reguero de hombres. Las
muertes de este novillero y de este forcado no son, empero, casos aislados. En
2013, muere otro novillero, Laureano de Jesús Méndez. Sirvan estas tragedias
toreras aun calladas, para en días en los que el toreo es duramente criticado
por los antitaurinos y su consiguiente ignorancia, avistar de la inmensa verdad
del rito del toreo.
Columna publicada en Viva Jerez, 30-5-2014