Grandes filósofos y
pensadores han dedicado escrituras a analizar el comportamiento de los hombres,
debatiendo sus luces y sombras en una encrucijada sin fin. Mucho me temo que en
el principio y en el final de los días, el ser humano seguirá siendo el mismo,
una pobre bestia que se corrompe fácilmente en aras de un beneficio propio y
egoísta. El hombre sigue siendo el mismo que el de la época romana, el de la guerra
nazi o el de la dictadura franquista. El afán de poder sublima y devora a las
personas como un gusano que se adentra en la manzana divina hasta pudrirla.
Dirán algunos que es más fácil ser escéptico y cuestionar la buena moral de los
hombres que creer ciegamente en ellos. De hecho, siempre es grato releer a los
místicos como San Juan, Santa Teresa o San Agustín para hallar un halo de luz y
esperanza entre las tinieblas, pero esa luz esperanzadora tiene sus días
contados cuando entiendes que en la vida existen dos clases de personas: los
íntegros y los corrompidos. Son los corrompidos aquellos que buscan y
encuentran un final glorioso desgraciadamente, dado sus artimañas y
triquiñuelas bastardas. Seres de altos cargos políticos y empresarios que dada
su escasez de moral, no les tiembla el pulso ni les muerde la conciencia a la
hora de despreciar a aquellos honestos e íntegros. Seres de cloaca, impostores
y usurpadores vanidosos, que sólo luchan por la potestad de ellos mismos y que
no dudan en pisotear al más débil con tal de seguir con su ritmo de bienestar.
Todas las ciudades del mundo tienen a un Puyol, a un Bárcenas o a un Julián
Muñoz dispuestos a amasar fortunas y corromper las leyes a costa de sobrecitos,
e incluso a un Mas dispuesto a independizar las tierras soberanas en nombre de
la honorabilidad, cuando en realidad todos sabemos que se trata de egoísmo político.
Y es que la inmoralidad sólo crea inmoralidad. Hoy día, si no eres hipócrita y
falso, estás condenado a no entenderte con el mundo. Si no eres complaciente
con la injusticia te tachan de anarquista inútil. Me pregunto en qué diablos se
ha convertido el diablo, si los podemos ver con caras y nombres y no hacemos
nada por justiciarlos. Si lo que parece ético y moral es desahuciar a miles de
personas de sus casas, ésos que no tienen pan que llevarse a la boca por falta
de trabajo, mientras esos diablos se pasean libres por sus caseríos o por las
cárceles, porque son libres aún entre rejas, sin devolver un duro de lo que
robaron. La lástima es que aquellos a los que llamo íntegros jamás llegarán a
nada, porque los caminos para triunfar arriba están tan corruptamente prostituidos
que no aceptan la verdad, con lo cual el mundo jamás tendrá arreglo. Yo creo en
el hombre de abajo y enterrado, creo en el desahuciado y despreciado, creo en
la voz del parado y el desamparado, y en aquellos que miran a la injusticia a
los ojos para decirle: esto es mentira. Aunque decirlo sólo sirva para no dejar
de creer en un futuro mejor.
Publicado en Viva Jerez el viernes 3 de octubre de 2014
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