Cuando
escuchas las nuevas direcciones que ha tomado el flamenco en las últimas tres
décadas, te das cuenta que poco o nada tiene que ver con la raíz de este arte.
El flamenco se ha diluido en un mar de fusiones en aras de un estado comercial
tan difuso y confuso que parece que todo vale. El flamenco de hoy es una
patraña, triste y embustera que miente más que habla y vomita más que recita.
Me viene a la mente una entrevista al que es el gran patriarca de la guitarra
gitana y jonda, llamado Manuel Morao, en la cual expresaba sabiamente la gran
diferencia entre el cante flamenco y el cante gitano. Daba a entender este
emperador de las cuerdas oscuras, que el flamenco en sí no es nada, más bien un
invento del mundo empeñado en no llamarlo “cante gitano”. Inclusive un intelectual
del calado de Lorca quiso denominarlo “cante jondo”, nuevamente empeñado en no
darle a este vino su real denominación de origen. Ciertamente ha existido una
encrucijada a principios y mediados del siglo pasado para no llamar a esta
expresión de cante herío “cante
gitano”, pretendiendo negar su vinculación cierta y fidedigna en post del
interés comercial del mundo payo. Esta inexcusable “caza de brujas” ni es nueva
ni a nadie sorprende. Es decir, el mundo gitano siempre fue marginado y mal
visto (con o sin razón). Por ello, llamar al “cante gitano” como tal era tan
mal entendido que era preferible abrir el coto de caza y llamarlo “flamenco”,
donde todos caben y que tal como define el gran Manuel Morao… no es nada. Por
todo ello, es necesario saber distinguir ese sentimiento con el que uno nace,
arrebatador, íntimo y ancestral y que nos dice calladamente el camino de la
pureza y sus senderos. Porque una cosa es el toque de Morao y Moraíto, como el
cante de Chocolate y Agujetas, a quienes denomino “quejíos gitanos”, y otra es
el flamenco, donde todo cabe y nada hay.
Es
más que probable que muchos de los cantaores y tocaores actuales hayan
confundido el término evolucionar con desvirtuar. Aunque, justo es
considerarlo, sea en ese “desvirtuar” donde muchos hayan encontrado el pan de
cada día. Pero esto no les exime de ser hipócritas en sí, pues pretenden vender
lo que no son. Yo me quedo con el cante gitano, ese que a través de Manuel
Torres no ha cesado de emocionar, improvisar y crear, pasando por esos
intérpretes, fieles y dignos, de un son y compás sin más razón de ser que el de
la sangre y la creación. Ojalá las nuevas generaciones, gitanas o payas, sepan
beber de la fuente del agua oscura como la de ese Manuel Morao, fiel a sus formas
y normas, y que, por cierto… ya debería tener un monumento en Jerez.
Publicado en Viva Jerez el viernes 28 de noviembre de 2014
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