Parece
ser que los políticos no se enteran, o más bien hay que decir que no se quieren
enterar (acordémonos de ése que proclamaba que no hay más sordo que el que no
desea oír) de que los toros y la tauromaquia ni antes ni ahora y espero que ni
después, jamás pertenecen a izquierdas ni a derechas. Si acaso, y por
catalogarlo concienzudamente, habría que denominarlo como república
independiente de la cultura libre, esa que emana del pueblo y sus gentes y que
jamás pide el carnet ni la condición ideológica de cada ser. Politizar
cualquier tipo de expresión cultural no sólo es un atropello ilegítimo, sino
más allá atenta contra lo más sagrado de los pocos dones que la vida nos
otorga: la libertad y la legítima oportunidad de elegirla. Que unos señores, los
cuales ignoran el mundo del toro, con esa osada osadía que concede la
ignorancia, pretendan desdeñar o inclusive abolir la tauromaquia, insisto,
desde la más caótica ignorancia, podría producir no sólo un sacrilegio contra nuestras
costumbres e historia (ya dijo el gran pensador Ortega y Gasset que no se
podría entender la historia de España sin las corridas de toros) sino un caos
en cuanto a pérdidas económicas de medidas brutales y por ende el mismo caos
medioambiental que significaría perder los miles y miles de hectáreas que
riegan nuestra piel de toro, auténticos pulmones de España, en el que viven
cientos de especies animales y que son dedicadas y cuidadas por y para ese rey de
la dehesa que es el toro bravo. Ignorar estas realidades significa crear una
guerra a costa de banderas y colores, o lo que es lo mismo, politizar la
libertad cultural. Empero, no es cuestión de convencer en cuanto a gustos
morales o inmorales, pues a los toros va el que lo desea, sino de respetar, y
respetar hasta aquello que inclusive se nos escapa de la razón.
Escuchar
hablar a un político de toros (no a todos, pues alguno se salva) es tan
desconcertante como poner a un ciego de guía por el Museo del Prado y esperar a
que te analice cuadro por cuadro, salvo que el ciego tiene su disculpa por su
discapacidad y el político no, pues mira pero no ve. Insisto, los gobernantes ni
deben ni pueden utilizar la cultura como moneda de cambio en sus guerras
políticas de injurias y perjuras. Dejen las artes en libertad.
Publicado en Viva Jerez el viernes 26 de junio de 2015
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