El
miedo es la razón de llegar a torear con el alma, por ello, sólo los que lo
conocen podrán olvidarse de él. Y es que al miedo hay que conocerlo, guste o
no, desde sus mismas tripas. Las tripas del miedo, pues las tiene, esas que se
mueven y remueven pegándote pellizcos y hasta bocaos cuando sale el toro de los
chiqueros, soplando como un poseso al trote de un diablo con cuernos de fuego.
Por ello, por sentir, padecer y hasta oler el miedo, el torero no sólo es un
gran héroe, cuya hombría no puede ni debe ser cuestionada más allá de su
lucimiento, sino también un gran psicólogo, inclusive y en casos más concretos,
un gran filósofo. Porque al miedo no se le supera a costa de “echarle huevos”,
¡pues para huevos los del toro!, sino a costa de psicología, esa que templada y
sutil, se le va dando coba desde las noches anteriores, hasta medio domarla. Y
es que al miedo se le habla. De hecho, los diálogos con ese pavor pueden llegar
a ser terriblemente caóticos, desmenuzando los más íntimos instintos del ser
humano y en ese mismo dialogar, descubrir o redescubrir unos valores
intrínsecos de nuestro ser, los cuales hasta desconocías poseer. Le decía el
gran torero filósofo, o filósofo torero, Domingo Ortega al genial Rafael de
Paula, que el valor reside en saber sentirse preparado. Lo dijo precisamente
uno de los más sabios pensadores de la tauromaquia, al igual que otro gran
dialogante con el miedo que fue Juan Belmonte, quien en su libro escrito por
Chaves Nogales desvelaba los avatares y debates con el miedo, tal como si fuese
un amigo o más allá un enemigo, o quizás habría que añadir un enemigo que
termina siendo amigo. Y justo es decirlo, han sido precisamente aquellos
grandes conocedores de los meandros del miedo los que han llegado a torear con
más alma. Aquellos que se han olvidado del cuerpo para desvelar su bellísimo
espíritu. El Gallo, Belmonte, Cagancho, Vázquez, Romero, Paula… son y serán los
grandes valientes, ¡y no sé hasta qué punto los únicos!, que han elevado su
alma en aras de sus miedos luzbenianos. Y es que al miedo hay que darle su
valor, su torerísimo valor, pues no hay nada más torero que el miedo. Bendito
miedo, visitante cruel, terrorífico espectro, amigo o enemigo, salvador o
vendetta, silencioso compañero de vida, engendro de temores.
Publicado en Viva Jerez el viernes 24 de julio de 2015
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