Ataviada
de un áurea a veces excesivamente espiritual y hasta novelesca, la vida y
hazañas de Juan Belmonte fue, es y será un reclamo demasiado atractivo para ser
ignorado por los literatos, pero viene bien
de vez en cuando mirar al hombre desprovisto de tan ampulosa leyenda. Es
lo que he hallado en un más que sugerente libro titulado “Juan Belmonte, por
las caras del tiempo”, escrito por mi conocido Jesús Cuesta Arana. No es que
este libro obvie o ignore a tan figura revolucionaria y vital para entender el
toreo en lo que fue un “antes y un después de…”, el que nos sugieren los
nombres de Joselito y Belmonte, reales pontífices de la tauromaquia y de la
Edad de Oro que ambos protagonizaron, bien es cierto que sin olvidarnos de unos
tales Rafael el Gallo, Rodolfo Gaona o Sánchez Mejías. Pero más allá o más acá,
encontramos entre humos de puros al hombre que se sienta con su bata en su sofá
y mira en su finca de Gómez Cardeña aquel retrato que le hiciera el gran
Zuloaga, a buen seguro añorando en su siempre melancolía las tardes del héroe
pasado mientras lee “Los Endemoniados” de Dostoievski. Y es que don Juan
Belmonte tuvo que ser un hombre profundamente melancólico, llevado por esa
disconformidad de todo genio y abocado a esa inusitada incomprensión hacia uno
mismo. “Me conozco pero no sé quién soy”,
parece decirnos la vida de un ser curioso de sí mismo. El hombre ávido por
aprender de intelectuales de la talla de Valle-Inclán o un Sebastián Miranda y
que a la postre fueron estos quienes aprendieron del torero. El siempre amante
de mujeres que le importaba un bledo seguir o no las costumbres de una sociedad
aún demasiado clasista. El mozuelo empedernido que jamás tuvo miedo de romper
las normas, tales como cortarse la coleta natural fiel de los toreros de su
tiempo, con tal de seguir su instinto. Y el mismo, ya a las puertas de la
vejez, que sintiendo pánico y provisto de una agudización de su depresión, no
dudó en pegarse un tiro, cual toro sobrero que esperaba en los corrales de su
alma. Queda y siempre en lo heroico de su bella tragedia la ilusión de un
hombre montado a caballo, garrocha en ristre y ataviado con zahones de cuero
del caro, quien mira al horizonte de las claras del día mientras acosa a los
bravos y sueña con seguir soñando.
Publicado en Viva Jerez el viernes 4 de septiembre de 2015
Jesús,gracias por tu magnífico artículo sobre Juan Belmonte y tus sabias referencias en torno a mi libro. A ver si se presenta la ocasión de vernos pronto. Un lo más toreramente.
ResponderEliminarHola Jesús, enhorabuena por tu libro. Aunque ya conocía la edición anterior, ha sido una gran sensación leer estas páginas tan ilustrativas y con buen concepto. Será un placer vernos algún día. Te mando un afectuoso abrazo. Jesús Soto de Paula
EliminarCuando me aclare del monumento a Canorea que estoy modelando quedamos. Siempre es un placer caro hablar contigo.
ResponderEliminarMe puedes facilitar tu número de móvil?Si no lo quieres hacer públicamente. Me lo da por correo: cuestarana@yahoo.es
Un abrazo muy paulamente