La
poesía, no siendo nada, está en todo aquello que rezuma expresividad mortal en
aras de su inmortalidad, aquella que la torna en divina. Y es que la
mortalidad, representada en el hombre o el poeta, es la mano necesaria,
fecundadora y creadora para inmortalizar su obra. Hemos de tener conciencia
pues y mostrar pleitesía a esos creadores, hombres que se saben poetas, y más
aún poetas que sólo se saben hombres, capaces de crear ese puente espiritual
entre la mortalidad y la inmortalidad de la creación. Esa creación sublime,
arrebatadora y anárquica que hace y consigue no sólo que soñemos con la
divinidad soñada, sino que soñemos con la realidad ancestral y la veamos en su
forma humana, su forma viva, su forma natural. Sólo así, siendo conscientes y
justos a la sensibilidad por el arte, podemos apreciar en su justa o injusta
medida lo que significó Miguel Ángel para el movimiento, Velázquez para la luz,
Rembrandt para las sombras, Goethe para las letras, Beethoven en la música,
Miguel Hernández al verso o Rafael de Paula para el toreo, auténticos artífices
de la mortalidad en aras de la inmortalidad y su casi inconsciente consecuencia
de lo divino. Y manifiesto y recalco lo de su inconsciencia, pues existe un
halo casi fantasmagórico de ésta, diría que inocente, sobre la genialidad que
sale de sus manos, algo tan natural como el beber, el rezar o el respirar, tan
esencial como irrisorio, y que en sus manos se hace creación de proporciones
descomunales. No ha estado, en cambio, el mundo humano, ni el de ayer ni el de
hoy, preparado para tan magnificencia muestra de luz y de sombra. Más allá,
diré que los hombres en su mayoría se sienten cegados, injustos e incapaces
ante tal aurora centelleante y relampagueante, por ello sólo el tiempo pone a
los creadores en su sitio, en su real estado de eternidad. Sólo pues, una
minoría, sabe ver y oír esas creaciones, auténticas catarsis para los sentidos,
y darle su real importancia en su tiempo, cuando aún es mortal, cuando aún es
corazón palpitante. Dichosos ellos, esos que saben beber del agua de la fuente
del arte, agua santificada de todo pecado, porque ellos no tendrán que pedir
perdón allá… en la tierra de los justos, y pobres aquellos muchos, insensibles
ante la sensibilidad, meros mortales ignorantes; ciegos, mudos y sordos.
Publicado en Viva Jerez el viernes 29 de enero de 2016