Siempre
fue y siempre será el hecho real de que sólo a los más grandes no se les
perdona, o poco o nada, mientras a los demás, precisamente por poco importar,
carecen de todo castigo. El mundo del toreo no es excepción de esta regla
fidedigna a las virtudes y defectos que la raza humana ejerce impunemente sobre
sus más ilustres nombres. A José Tomás, este torero de Galapagar, le están
lloviendo críticas, banales y crueles, en contra de su persona y torería tras
la corrida en la México. Precisamente esas críticas vienen de los mismos que
justo antes lo ensalzaban como a ese dios de piedra, que se digna al menos una
vez al año a bajar de su pedestal y santificar el albero de una señalada plaza
para obrar el milagro del toreo. Como la cosa salió con las tinajas medio
vacías y para colmo su compañero de terna, Joselito Adame, triunfó, a Tomás le
quieren quitar su pedestal y lo quieren tornar en hereje y casi exiliar del
reino otorgado. No les quepa duda de que esta maniobra santificadora y profana
de la afición hacia su ídolo viene siendo habitual en la historia de la Tauromaquia
ya antes de los tiempos de Lagartijo y Frascuelo; es decir, la sugestión del
éxito y la desmitificación del mito creado tras el fracaso. Sin embargo, y sin
obviar las críticas, pienso que en el caso de Tomás sólo podemos hablar de
triunfo. Primero porque consiguió la proeza de llenar la Monumental, lo cual no
ocurría desde hacía demasiados años con sus más de 42.000 espectadores; segundo
porque al margen del escaso éxito artístico, en gran parte por la falta de
casta y raza del ganado mexicano, el corrillo taurino y más aún los medios
informativos de todo el mundo, discuten, ensalzan o despotrican sobre su toreo,
o lo que es lo mismo, Tomás consigue poner en el ojo del huracán de medio mundo
y en portada a la Tauromaquia en tiempos de ataques e injurias contra ésta. Y
tercero, porque el empresario, pese a despotricar de él, le ha ofrecido volver
a torear en la México, cosa que el diestro ha rechazado.
¿Dónde
está el fracaso de Tomás pues? Cierto que no hubo faena cumbre, aunque sí
momentos y tandas sueltas de gran empaque con la muleta, con ese personal
embelesamiento a la hora de templar y llevar al cornúpeta cosido a la franela.
Tomás estuvo en su sitio, como ese Don Tancredo, al que sí deberíamos exigirle
que torease más para que se bajase de ese pedestal creado por sus
incondicionales, y que vuelva a ser lo que siempre fue y aún pienso que es… ese
torero que en su día dijo: “vivir sin
torear, no es vivir”. Haga pues honor a su dicho, torero.
Publicado en Viva Jerez el viernes 5 de febrero de 2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario