Resulta
ya casi tradicional escuchar los cantazos y cantinelas que esos que distinguen
y otorgan las medallas de oro a las Bellas Artes nos comunican año tras año. Y
es que esta distinción, antaño señera y justa, ha terminado transfigurándose en
algo parecido a un mercadillo o tienda de chinos donde poco cuesta y nada vale.
No se entiende el cómo ni el porqué, aunque sí el cuándo, en el que esos que
eligen deciden mostrar pleitesía al toreo clásico y tal como la propia medalla
cobra nombre de “Bellas Artes”, y tras unas primeras concesiones fieles al buen
concepto, en las posteriores ediciones hacen apología del “dar por dar con tal
de figurar”. Y si ningún favor hacen los que conceden, flaco favor hacen esos
muchos medios que bendicen dichas concesiones, sea quien sea el premiado, bajo
la bandera de que en realidad se premia a la tauromaquia y que es una forma de
reivindicar el toreo en cultura ante las otras artes.
Y
es que no se debe dar por dar, precisamente porque es en la justa selección,
aderezada por un juicio cabal y razonable, cuando se distingue y da auge al
premio, sea cual fuere. Y si ello implica que pasen largos años sin concesiones
pues mayor honor tanto para el arte como para el artista. Con todo, siempre
pensé que son los premiados los que dan categoría a los premios, y no al revés.
Por ello, manifiesto que esta hoy medalla de mercadillo, se aprovechó de los
nombres de Antonio Ordóñez, Ángel Luis Bienvenida, Antoñete, Paco Camino,
Manolo Vázquez, el Viti, Curro Romero y Rafael de Paula para darse crédito y
significado a la denominación de “Bellas Artes”, y de muchos años para acá dar
por figurar.
Mucho
deberían recapacitar sobre la ética y el concepto, aunque… claro está, tanto al
principio como al final de los días, el único y verdadero premio para un
artista es formar parte del propio pueblo, de sus gentes, esas que en su día se
unieron al sentimiento de un artista hasta hacerlo cultura misma, esencias del
sentimiento de la tierra.
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