Miguel
de Cervantes Saavedra (Alcalá de Henares, 1547 – Madrid, 1616) “mandóse enterrar en las monjas Trinitarias”,
dice su acta de defunción, allí en su barrio vecino, hoy conocido como el de
“las letras”, donde habitaban esas monjas a quienes Cervantes dedicó su
Quijote. Allí, en ese convento donde residía su propia hija, Isabel de
Saavedra, quien pasó a ser llamada “Sor Antonia de San José”. Del español más
universal de la historia se describe nariz picuda y frente despejada, sólo seis
dientes en la boca. Sufrió en la batalla de Lepanto varias heridas, tanto en el
pecho como en su mano izquierda. Son, desde luego, muchos los datos fidedignos
que nos llevan a aseverar que ciertamente este hallazgo, para el cual se han
puesto de acuerdo las partes religiosas, políticas y arqueológicas, pertenece a
los mismísimos huesos del escritor. Los suyos y, claro está, los de dieciséis
personas más, entre ellos los de su propia mujer, Catalina, que ahora son, pese
a todo, puestos en entredicho, pues ante la imposibilidad de sacar pruebas de
ADN, nadie puede asegurar que efectivamente son los huesos del escritor los que
desvelan dicha cripta. El destino ha querido que esos huesos, su alma, su
leyenda, sigan siendo un misterio. Unos huesos que parecen reírse satíricamente
del mundo y del tiempo, y que aún hoy descubiertos parecen susurrar: “Aquí me
halláis, pero no me tenéis”. Y es que la falta lógica de una sentencia exacta
nos hace dudar de tal hallazgo. Hallazgo callado por otra parte, pues era como
una voz que espera ser escuchada en ese libro escondido y acurrucado entre
tantos otros en esa tumba con las iniciales M.C.
Cervantes,
sus huesos… o no, siguen escribiendo a lomos del misterio de su figura, cual
hidalgo errante, el único y más heroico, ese Quijote atormentado, poseedor de
un romanticismo eterno. Quizás, el olfato comercial y el enorme impacto
turístico que supone aseverar que dichos restos pertenecían a su figura, ganen
la batalla de la duda. Con todo, no deja de ser un homenaje de gratitud el
hecho de indagar en su secretismo. Quedémonos con su legado escrito, siempre
bañado con una sátira y originalidad difícilmente igualable, como esos huesos
que se ríen inquietos desde el subsuelo, ahora levantados pero… no desvelados.
Los escritos de Cervantes, donde no residen sus huesos, pero sí su alma.
Publicado en Viva Jerez el viernes 20 de marzo de 2015
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