A
menudo me pregunto, ¿importa de verdad el sentimiento? ¿Tiene acaso aún cabida
en este mundo, tan plagado de artificios y redes? ¿Tiene significado el saber
distinguir aquello que irradia pureza por los cuatro costaos de aquello del
fácil triunfo y fácil olvido? No lo sé… pero sí sé de aquellos locos románticos
que sencillamente no saben sentir de otra manera. Porque el sentimiento, como
el alma, es de las pocas cosas con las que uno nace, goza, sufre y muere. Un
gen indomable que nos pertenece queramos o no, y que desde luego nos
diferencia. Cierto es, el ser sensible sufre más, porque las emociones las vive
a flor de piel. Recuerdo cuando era un renacuajo revoltoso y se alzaba una voz
cantaora entre una reunión, yo me acercaba silencioso y asustado por entre las
piernas de los mayores y veía a un hombre moreno con los mofletes como globos
sentado en una silla de enea. Ni que decir tiene que no entendía nada de aquel
cante, ni el palo ni el porqué de aquella impronta. Sin embargo, aún recuerdo
aquellos vellos de punta y aquella emoción neófita y arrebatadora que me
producía escuchar la voz y más aún el eco de aquel hombre. Con el tiempo, supe
que era Fernando Terremoto quien me descubrió un nuevo sentimiento, desconocido
por mí, el de saber sentir sin necesidad de entender. Mayor intensidad
dolorosa, gozoso sufrir, sentí la primera vez que vi torear a Rafael de Paula,
en tentaderos en el campo, cuando yo aún muy niño apenas sabía diferenciar
entre un capote y una muleta. Aquella templanza, aquella cintura partía me
pareció un sentimiento tan devastador que sólo lo vi comparable al amor y sus
milagros, algo que sabía sin saber que estaba por encima del bien y del mal.
Con
la escritura, aunque más leve y pausadamente, sentí también descubrirme como
reflejo o espejo de un halo que sin saberlo ya me pertenecía. Y aunque mis
primeras lecturas con El Quijote fueran nefastas y tediosas, pronto descubrí a
Goethe, Juan Ramón y Nietzsche, quienes entre otros, me hicieron no sólo
descubrir sino más allá descubrirme a mí mismo. Y conste, que también con más
primaveras, ¡redescubrí a Cervantes y su Quijote afortunadamente!, cuya lectura
apliqué a la vida y sus fantasmas. Termino diciendo que no sé si sirve de algo
sentir y saber distinguir en este mundo del hoy sin mañana, del Wasap, el
Twitter y el Facebook… y es que prefiero sentir lo vivido y vivir lo sentido.
Ojalá pesara más el para siempre que el para hoy.
Publicado en Viva Jerez el viernes 23 de octubre de 2015
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