Como
una hoja seca que se sale del remolino, como un caballo que desbocao se sale de la manada, como una
flor que nace en las arenas de Zahara. Todo tu cante como vida, Juan Moneo
Lara… ha sido un desafío divino a la propia muerte. Así escribí de él, cuando
aún en vida, le dediqué un artículo titulado “Momentos del Torta”, cuando
presentó su último disco, y cuando sentí en mis adentros la extraña querencia
de describir al Torta como un Luzbel cantaor que desafiaba a la muerte porque
sí. Y es que en ese misterioso “porque sí”, quién sabe si uno encuentra o
desencuentra la única razón o locura de ser de su vida y de su arte. Porque su
vida era el reflejo cristalino de su cante, un cante libre… ausente,
arrebatador, emocionante y fiel a los colores oscuros de su noche. Y es que a
los artistas como Juan no había que razonarlos, sino más allá… sentirlos.
Sentir su conmoción, errante surcador de sus propias emociones. Pues Juan
andaba por los ecos de su cante, y en él o sobre él, iba descubriendo e
inventando unas nuevas formas que surgían casi espontáneamente, como un Luzbel
sin alas que se arroja al profundo abismo de un pozo oscuro y sin fin, y del
que beben y surgen miedos y alegrías, creando un sonido doloroso, angustioso…
genialmente personal. Y conste que a mí el Torta ciertamente no me arrebataba
en sus largos inicios, quizás pienso que demasiado influenciado por Camarón.
Fue mucho después cuando se “descamaronó”, cuando comenzó a perderse y a
encontrarse a sí mismo. Y es que el verdadero arte es aquel que para encontrarse antes sabe perderse.
Perderse de todo y de todos, para quedarse solo. Quedarse solo, como se quedaba
Paula ante el toro, en esas bulerías que Juan inmortalizara, con esas letras
arcangélicas de Rafael Lorente. Juan en el cante se quedaba solo, con esa
soledad del genio y su desvarío, con esa soledad taciturna y desamparada, que
es la soledad del todo y de la nada. De aquel que se sabe poseedor de un algo y
que, a su vez… no sabe nada. ¿Qué se encontraba Juan en los adentros de su
sentimiento? Si cantando parecía un banderillero herío en el costao al citar al toro de la muerte y ponerle un par
al quiebro en todo lo alto. El Torta, cada vez que cantaba, comenzaba un viaje
a sus adentros donde encontraba los ángeles y demonios que escondía su
angustia.
Cante y desvarío
bulería o desafío
nervio, temple y el duende en
suerte
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