Las
fotografías son ventanas en el tiempo que además, en su viaje, nos traen y nos
llevan sentires y recuerdos. Dicho esto, ¿qué sería del toreo sin la presencia
de la fotografía? Naturalmente hubiese seguido existiendo, pero hubiésemos
estado privados del lenguaje real e inequívoco de una imagen detenida, presa y
cautivada por el pulso y profesionalidad de un fotógrafo que quiso detener este
arte en movimiento que es el toreo, para otorgarnos un pedacito de eternidad.
La historia del toreo en sus últimos 130 años no hubiese tenido ese lirismo, romanticismo
y épica sin la presencia de la fotografía. Cierto es que el toreo o la mal
llamada “fiesta”, se ha sostenido a base de pasión. La pasión de los propios
aficionados partidarios de unos y otros toreros y cuyo énfasis ha sido heredado
con el lenguaje de la fe, no religiosa, sino artística, en unas formas y
personalidades que muchos han contado a viva voz y otros lo han escrito a
callado eco. Pero han sido la escritura y la fotografía los pilares necesarios
para entender la historia, fuera de metáforas y confabulaciones a veces tan
exageradas como embusteras. Cierto es, a menudo se escribe y se fotografía
mintiendo, pero sólo sobrevive en el tiempo… la verdad. Por ello, es el propio
tiempo quien se encarga de borrar a la mentira y a su vez realzar a la verdad.
Cuando,
tras la muerte en Talavera de Joselito el “Gallo”, la cámara de Baldomero captó
la imagen de Ignacio Sánchez Mejías acariciando desconsolado a José ya muerto,
no nos dejó simplemente un testimonio gráfico de la historia de España, sino
que nos dejó el estremecimiento en la vida de una pena inolvidable. Y con él,
la tragedia, el drama y la muerte de este arte, superviviente de los tiempos. Fotógrafos
como Aguayo, Canito, Arjona y Botán (entre otros muchos) han sabido captar no
sólo una bella composición de luz y sombra, sino un sentimiento, a veces
arrebatador y emocionado, donde Manolete y Chicuelo, y hasta llegar a Curro y
Paula, nos dan un soplo de eternidad enmarcada en el fragante movimiento de
aquella faena. Una mirada, una fugaz estrella, una voz… que se resisten a dejar
de ser oídas, vistas y escuchadas en ese instante en el que un hombre quiso y
supo detener… el tiempo.
Ni
que decir tiene que de un tiempo para acá, con los adelantos técnicos, la
fotografía ha perdido valor, pues ya no se captan momentos, sino miles de
momentos en cámaras que disparan docenas de instantáneas por segundo. Nada que
ver con aquellos cazadores que tenían que esperar el momento propicio. Me quedo
con los fotógrafos de antes, cazadores del tiempo, y no con los de ahora,
cazados o atrapados por el tiempo.
Publicado en Viva Jerez el viernes 28 de noviembre de 2014