Aún
tengo fresco el recuerdo imborrable, cuando en 2006 asistí sin saberlo a lo que
fue su despedida del toreo en la Maestranza de Sevilla. Aquella tarde, como
siempre en él, José María Manzanares fue fiel a su honor, su dignidad y a su
corazón de torero. Supo que no estuvo como debiera, sobre todo en su segundo,
toro que colaboró y que pese a dejar detalles muy suyos, estuvo sin sitio. Fue
entonces cuando salió a la raya de tercios para que su hijo le cortase la
coleta. El gesto, rebosante de soberana torería, alcanzó el clímax de rito amargo y grandioso.
Allá lo guardo, donde el tiempo se pierde en el agua del pozo de los
sentimientos, porque este torero de Alicante con aires de este rincón del sur,
siempre estuvo en los genes de nuestra vida.
Pertenece
a esa exclusiva estirpe de toreros que siempre nos pertenecieron. Y digo bien
pertenecieron, pues cuando uno tuvo la suerte de verle cuajar toros como yo le vi,
algo o mucho se te queda en las retinas para acompañarte allá en los arcanos de
la memoria. A Manzanares, alejado de la palabrería cursi y farandulera de los
complacientes post mortem, hay que entenderlo y verlo como lo que fue: no un
torero de arte, pues carecía de ese espíritu santo (oigan, que ahí ni nadie
manda ni nadie es culpable), y sí como un torero de enorme gusto, clásico hasta
en el andar y con un empaque muy personal. Nunca toreó bien con el capote, esa
pena yo sé que la tenía, aunque siempre me impresionaron aquellas chicuelinas
de manos bajísimas, con mucho sabor. Mucho más sentimiento derrochaba con la
muleta, esa que con la zurda, cadenciosa y rítmica, acompasaba la embestida con
su cuerpo entregado, en un trazo largo e incluso trianero. Aquellos ayudados
por alto a dos manos surgían cincelados como cuadros añejos con colores ocres. Lo
mejor que poseyó Manzanares fue su concepto, sin duda heredado de su padre, un
gran aficionado al buen toreo, y quien le exigía cómo había de torear con
clasicismo, cosa que a veces conseguía y otras muchas no. ¿Lo mejor de él? Para
mí fueron esos pases de pecho, pero con la mano derecha, barriendo los lomos
con la panza de la muleta y acompañando con el cuerpo. Qué clásico ha sido en
sus formas y qué elegante en su concepto. Oro viejo quedaba en el albero cuando
se relajaba y nos decía su secreto. Qué buen torero Manzanares. Descanse en
paz, el hombre; nosotros seguiremos con su recuerdo torero como algo nuestro.
Jesús Soto de Paula
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