La
poesía está por encima del pensamiento y por debajo del alma. Es por ello que
la poesía es siempre inalcanzable y a su vez tan cercana. El poeta vive en ese
estado de extraña incertidumbre. De hecho, está acostumbrado a absorber la
inspiración de la naturaleza sin llegar a superarla. El poeta está
constantemente tan al borde de la verdad como de la mentira, pues desnuda su
pensamiento siempre al límite de su idea inicial, idea virginal y clara, hasta
destriparla, moldearla y esculpirla entre hipérboles y metáforas en su creación
final. Y es en ese proceso de pensamiento y creación cuando la inspiración del
poeta sufre el dolor de la creatividad, el trance del bien al mal, su caos
particular, donde se termina ocultando la claridad inicial, convirtiéndose el
poeta entonces en un engatusador de la palabra. No es el poeta el que dice
verdaderas verdades sino el que las miente con gracia infernal y picaresca
divina. He ahí su gran virtud y la esencia de su anhelo, conseguir mentir para
explicarnos su gran verdad, oculta, sinuosa, final.
Bien
creo justo decir que la poesía es un gran pecado de mentiras que por su bella
verdad escondida merece ser perdonada. La libertad del poeta consiste en ser
esclavo de su inspiración. Esclavo de las palabras y de su propia incapacidad.
“Quiero lo que no puedo conseguir, amo lo
que jamás alcanzaré”. Pero todo ello sin perderse de sí mismo, sin dejar de
ser él. Por ello siempre me inclinaré por aquellos poetas que lo son sin
saberlo, sumidos en su propia incapacidad para creer en su grandeza. Aquellos
que dicen y hacen sin el esfuerzo o la preocupación de ser poetas. Son estos
los que hacen de la poesía brote y desgarro con esa desgana y pereza que está
muy por encima de los poetas que asumen serlo y que viven esclavos del querer
ser… y no de lo que son.
Publicado en Viva Jerez el viernes 21 de noviembre de 2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario