Hoy es el día del
libro, algo tan superfluo y estúpido como el día del amor, y es
que todos los días dedicados a algo siempre me parecieron ridículos, por
ello no malgastaré criticando y sí aconsejando con gusto unos libros y,
más aún, un tipo de literatura bastante denostada en nuestros días por mor de
una ideología política que pese a lo absurdo gana adeptos por la propia
incultura que mueve nuestra actual sociedad. Conste que soy un apasionado
amante de la incultura, será porque muchas de las grandes emociones que he
vivido me la han transmitido una serie de creadores maravillosamente incultos y
que he terminado entendiendo que esa llamada incultura es la más culta de
todas las artes, si acaso y la verdadera cultura. Gracias a Dios me he
embrujado de esa incultura vista a todas luces, y que es la más culta vista
desde la sombra, pues el arte que me ha enamorado es un arte de sombra y
oscuridad, de sonidos y de música por debajo de la neblinosa claridad.
Pero volvamos a
los libros, que son también un canto de luz clara unos y un cante de oscuridad
otros, aunque también, claro, los hay de grises y nublados. No les aconsejaré
nada del ahora inmortal García Márquez, ni siquiera esos "Cien años de
soledad", los cuales cuando lo leí, se me parecieron demasiados años para
estar solo. Tampoco les hablaré de ningún best seller, pues para eso ya tienen
sus propias campañas de supermercados, prefiero dedicar estas letras a un
género tan rico como desconocido, al menos para la gran masa, como es la
literatura taurina.
Ciertamente son
muchos los libros harto famosos escritos sobre ese prisma neblinoso de este
arte efímero y eterno que es el toreo. No les hablaré de esa obra casi épica
del gran Chaves Nogales dedicada a Belmonte. Tampoco de ese Lorca llorando
a las 5 de la tarde por su amigo caído en la plaza de Manzanares, ni siquiera
de mi admirado Pepe Bergamín con su música que Paula callaba al torear, cuyos
escritos inmortales me son tan presentes como la mañana o la noche. Ni de
ese Hemingway emborrachándose por los San Fermines de Pamplona, brindando por
aquellas tardes de Ordóñez en Ronda, sino de unos libros pienso que muy poco
conocidos y cuya originalidad me parecieron colosales cuando los leí y que sin
duda merecieron un mayor reconocimiento.
De esta
tesitura pertenece un magnífico libro titulado "Joselito el Gallo" escrito por Gustavo del Barco. Biografía publicada en 1952
y que relata con minuciosidad los avatares del mejor de los nacíos. Sin duda, cuando Chaves
Nogales escribió tan portentosa oda dedicada a Belmonte le ganó la partida
hacia la eternidad a este José Ortega, príncipe de los Gallo que, pese a su
corona de rey del toreo, no tuvo ciertamente plumas adecuadas que cantaran sus
avatares. Pero esta obra de Gustavo del Barco editado por Editorial Católica
Española incide y consigue templar las emociones a veces vertiginosas del de Gelves,
de vida tan acelerada como apasionante por su destino de pronta subida a los
altares. El escrito, de tintes y panorama hasta novelescos, consigue la proeza
de capturar no sólo la vida del personaje, sino más allá, representar fielmente
la época dorada del toreo sin necesidad de caer en los típicos tópicos del
folklore andaluz, a veces tan estúpidamente utilizado para esta clase de
toreros. Huye por tanto del mito para centrarse en el hombre, pero ciertamente
en el hombre como consecuencia del mito y no al revés.
Un libro
cronológico y ordenado de la vida y desvida de Gallito, como digo, más que
aconsejable con el prisma de una época maravillosa que jamás volverá y que
gracias a la literatura podemos al menos... soñar. El mismo autor, por cierto,
escribió otro libro, a mi gusto menos conseguido, pero igualmente disfrutable,
dedicado al gran Pepe Luis Vázquez.
Hace poco volví a
releer un libro titulado "Los Siete
Pilares del Toreo", de Antonio Caballero, Edit. Espasa. Un libro que
se me antoja atractivo por la gran diversidad que representa en sus páginas. Y
es que en un principio, podría parecer incluso muy osado hablar en un mismo
libro sobre tauromaquias tan opuestas y dispares como las de Rafael de Paula y
Manuel Díaz el “Cordobés”. Pero esa aparente hecatombe no se produce puesto que
esos siete pilares a los que se refiere el escritor aparecen muy bien
diferenciados y apartados, incluso llegando a representar con gran concepto no
sólo las distintas tauromaquias de la actualidad, sino la fiel representación
que siempre ha tenido el toreo. Desde el toreo como arte místico y duendístico
de Paula, al salvajismo festivo de un torero alegre como el Cordobés, pasando
por la fría e insulsa inteligencia de unos, la sutileza y finura de otros y la
no menos muestra de oficio que muestran como oficiantes unos muchos de ahora...
y de siempre.
Por último,
apuntaré, como una media verónica al viento, ese libro titulado "Mis Pasiones y Decires con Curro Romero y
Rafael de Paula", escrito por Huberto Apaolaza, tristemente fallecido
el pasado año. Ni que decir tiene que ya sólo el título pretende desvelar lo
que precisamente pienso que es imposible desvelar... el misterio. El misterio
que representan estos dos toreros únicos y que se mueven en ese ámbito terrenal
de estar por encima del bien o del mal. O lo que es lo mismo, conversar y decir
con los santos y no pocos demonios de estos dos diestros. Consiguió Huberto que
hablaran, lo cual no es poco, y al final del libro nos queda ese silencio,
incluso ese silencio cansado y casi fatigado de la nostalgia transida de época
vivida. El libro es, por tanto, un saber decir, un saber escuchar y un no
menos... saber silenciar.
Son sólo, pues,
tres modestas recomendaciones que me atrevo a sugerir no sólo a los amantes del
toreo, sino a aquellos que, alejados de las supersticiones y complejos, se
interesen y deseen curiosear por una literatura tan apasionante que hasta posee
ese maravilloso gusto y morbo de lo mal visto y lo mal entendido.