jueves, 17 de septiembre de 2015

55 Años De Un Milagro Torero




Contigo se fue la última luna, la que tornaba la tarde en noche. Esa caprichosa, misteriosa y enduendada epifanía al verte pisar el albero en tus sólo tuyos andares perezosos y enjundiosos, cual caballo cartujano que sobre la orilla moja sus cascos. Contigo esa maravillosa incertidumbre del todo y la nada, moneda que en el aire vuela, con su cara y su cruz que sobre el albero espera. Contigo la canela y el clavo, cuando tus muñecas sobre el percal se esparcen, tan tuya la tela como tú de ella, capote que rosa y azul aguarda, tú corinto y azabache esperas y el toro que fiero galopa sorteando barreras buscando prender entre sus pitones a la muerte incierta. Contigo la verónica, que duerme a Cristo muerto, cobra su real nombre, pues acaricias la tragedia sin ocultar su drama terrible. Conspicuo del milagro, dueño del terreno y albero, derramas tu duende como bota que su vino esparce, emborrachando de aromas el tendido que arde. Contigo la locura, el fuego y su compás que se yerguen en tu cintura santiaguera, soniquete de una raza que de fatigas sabe más que nadie. Contigo la chicuelina al paso, la media y la serpentina, el acabose y el escalofrío, el cante gitano y las camisas partías. Ya el toro es cómplice, amigo más que enemigo, amor más que odio… que a tu roja muleta atiende como pozo que espera al agua, como sangre a la herida que tu cadera danza y abraza. Contigo la cintura rota, el desgarro doloroso y gozoso de un codilleo sin pecado.

Contigo la belleza última y desesperada, la de la naturaleza oculta, oscura y fatal, que seduce y cautiva como el puñal a la herida. Contigo el muletazo de frente, el trincherazo, y el molinete, sueño o desvarío de una tarde inexplicable, aquella en la que se hizo noche entre lágrimas que a la luna di y hoy o cuando ella quiere esparce en bronce y plata. Contigo el martinete y la toná, el yunque y la fragua, seguiriya que arrebata sin necesidad ni porqué. Contigo el cielo y el infierno, la bronca o el clamor, genialidades que por genio no supo dominar su genialidad. Pues el soplo llega cuando quiere y no cuando uno desea. Pues le dio Dios tanto el milagro como la condena. Contigo la lucha y la desazón del querer y no entender que lo sublime está al filo del abismo, como la luz de su sombra. El misterio de un milagro que aparecía sólo de cuando en cuando y de donde en donde, como astros que se alinean para crear un universo único e irrepetible. Fragilidad y arrebato en aras de la más bella tragedia, pues sólo tú supiste de tan trágica belleza. Tan venerado como criticado, pues dime quiénes son tus enemigos y sabré de tu importancia… Rafael ha padecido las críticas más feroces y envenenadas, inequívoca razón o sinrazón de lo desbocado de su pasión.

55 años de aquel 9 de septiembre cuando Ronda te vio tomar la alternativa. Descubierto por Bernardo Muñoz, “Carnicerito de Málaga”. Admirado por el mismísimo Pasmo de Triana, don Juan Belmonte. Bautizado artísticamente con el arcangélico sobrenombre “de Paula” por don José María de Cossío. Poetizado por Bergamín, Pemán, Antonio Murciano o Benítez Reyes. Sueño de los pinceles de Ramón Gaya, Juan Lara, Paco Toro o García Campos. Contigo la espiga, el barro y el hierro. El eco de una voz desgastada y mal hería, arcángel santiaguero de la torería, tallado por los ecos de la calle Cantarería. 55 años… ya telúricos y neblinosos, y siguen temblando los versos de Montero Galvache: “Cairel del temple, Partenón gitano”.
 
Publicado en Viva Jerez el viernes 11 de septiembre de 2015

sábado, 5 de septiembre de 2015

Belmonte Literario




Ataviada de un áurea a veces excesivamente espiritual y hasta novelesca, la vida y hazañas de Juan Belmonte fue, es y será un reclamo demasiado atractivo para ser ignorado por los literatos, pero viene bien  de vez en cuando mirar al hombre desprovisto de tan ampulosa leyenda. Es lo que he hallado en un más que sugerente libro titulado “Juan Belmonte, por las caras del tiempo”, escrito por mi conocido Jesús Cuesta Arana. No es que este libro obvie o ignore a tan figura revolucionaria y vital para entender el toreo en lo que fue un “antes y un después de…”, el que nos sugieren los nombres de Joselito y Belmonte, reales pontífices de la tauromaquia y de la Edad de Oro que ambos protagonizaron, bien es cierto que sin olvidarnos de unos tales Rafael el Gallo, Rodolfo Gaona o Sánchez Mejías. Pero más allá o más acá, encontramos entre humos de puros al hombre que se sienta con su bata en su sofá y mira en su finca de Gómez Cardeña aquel retrato que le hiciera el gran Zuloaga, a buen seguro añorando en su siempre melancolía las tardes del héroe pasado mientras lee “Los Endemoniados” de Dostoievski. Y es que don Juan Belmonte tuvo que ser un hombre profundamente melancólico, llevado por esa disconformidad de todo genio y abocado a esa inusitada incomprensión hacia uno mismo. “Me conozco pero no sé quién soy”, parece decirnos la vida de un ser curioso de sí mismo. El hombre ávido por aprender de intelectuales de la talla de Valle-Inclán o un Sebastián Miranda y que a la postre fueron estos quienes aprendieron del torero. El siempre amante de mujeres que le importaba un bledo seguir o no las costumbres de una sociedad aún demasiado clasista. El mozuelo empedernido que jamás tuvo miedo de romper las normas, tales como cortarse la coleta natural fiel de los toreros de su tiempo, con tal de seguir su instinto. Y el mismo, ya a las puertas de la vejez, que sintiendo pánico y provisto de una agudización de su depresión, no dudó en pegarse un tiro, cual toro sobrero que esperaba en los corrales de su alma. Queda y siempre en lo heroico de su bella tragedia la ilusión de un hombre montado a caballo, garrocha en ristre y ataviado con zahones de cuero del caro, quien mira al horizonte de las claras del día mientras acosa a los bravos y sueña con seguir soñando.

 

Publicado en Viva Jerez el viernes 4 de septiembre de 2015