domingo, 27 de diciembre de 2015

Agujetas, La Última Puñalá





Como un eclipse de luna, que por capricho o destino, ha querido oscurecer más aún la negrura del cante gitano, se ha ido a los altares este Manuel de los Santos Pastor, el último cantaor. Apunté en su día que antes de cantar Agujetas sólo había silencio, y que después de su cante sólo quedaba ese mismo silencio… pero estremecío. Dueño y poseedor de los secretos del cante más rancios, cuando este indomable volcán de pasiones se expresaba dejaba fluir la más clara y oscura esencia del flamenco, esa que por sabia y pura arañaba por dentro. Pienso que los genios están plagaítos de heridas en el alma, esos avatares y desazones de la vida, que con justicia o no, los llevan a ser personas diferentes. Tienen pues, ellos los genios, un sentido muy profundo de la condena amarga y del sangrar por dentro. Es esa amargura y esa sangre, la que fluye en la soleá y la seguiriya, y que se alza, cuando la ocasión es propicia, para crear una belleza tal, que es naturaleza misma, única, sola y errante… aparte. Y es entonces cuando te das cuenta de que es esa naturaleza, y no ésta o aquélla, la única y verdadera, la que mantiene el cante en su sitio, la que no se doblega ni ante modas ni imposiciones, y la que por anárquica y primitiva es espejo del alma. Manuel Agujetas no sólo tocaba o arañaba ese espejo, pozo o caudal de ese agua oscura, la misma o semejante a la de las muñecas toreras de Paula, sino que más allá y, al igual que Paula, es agua y luz oscura de unos milagros que ni precisan explicación ni existe análisis que los resista, porque el milagro es duendísticamente caprichoso, endiablado en ocasiones, y o bien tienes a bien aceptarlo o bien no los entenderás jamás. Y es que cuando Manuel Agujetas hacía suya aquel agua de Manuel Torres, conseguía abrir al mar en dos, cual Moisés que sabía escuchar al maestro para predicar un mensaje sagrado, cumbre de las más altas montañas borrascosas y profundo en los océanos más oscuros. Porque Manuel, cuando cantaba, sentenciaba, predicaba y hasta infringía un sinfín de pecados y condenas. Quizás la mayor de todas era aquella de robarte la razón y con ella el sentimiento. Ni que decir tiene que esa sinrazón y desazón de su excesivo temperamento, lo llevaban a veces inclusive a ser su mayor enemigo, peligro de sí mismo y martillo golpeador de sus propias disputas e insatisfacciones. Pero igualmente cierto es que al genio hay que entenderlo como un ente aparte, similar a ese eclipse de luna, que amanece o se oculta al mundo muy de cuando en cuando, y que es excepcional por ser precisamente… único. El ser incomprendido forma parte de la propia naturaleza del artista y su cultura, claro está, de aquel que lo es porque sí. Por todo ello, yo siempre fui seguidor de este eclipse de luna llamado Manuel Agujetas, patriarca real de unas formas cantaoras harto olvidadas por las últimas generaciones y rompedor de las agujas del reloj del tiempo, pues cuando uno canta así, ni es pasado ni futuro… se es eterno. Fiel a sí mismo, para bien o para mal, jamás dejó a nadie indiferente, y como los buenos toreros de arte, o bien obtenía el clamor o bien la espantá. Era precisamente esa avasalladora incertidumbre de su carácter un rasgo inequívoco de su visceral raíz cantaora, la de ese no saber qué pasará, la que creaba a su vez una atmósfera tan mágica como inesperada. Se nos ha ido pues no sólo el cantaor más herío, sino también un acaparador de sensaciones contradictorias, que a su vez, y con o sin disputas, no tenían más remedio que doblegarse ante su grandeza, la del ser humano y la del artista rebelde de sí mismo. Y es que un artista debe ser reflejo de sus inquietudes humanas, de su temblorosa incertidumbre, sin miedo a mostrarse como tal. En este sentido, dudo mucho que haya habido un cantaor siquiera igualable a Manuel Aguajetas, donde el escalofrío a flor de piel era sólo el inicio de un tropel de puñalás que te recorrían el cuerpo. Esas puñalás en sus tonás, fandangos o bulerías para escuchar, eran las mismas que dolían pasados los días, en forma de recuerdo, bucle de una madrugá sin tiempo.

No hace falta nombrar sus actuaciones y méritos por todo el mundo, pero aún tenemos frescos, casi a flor de piel, el sudor frío de su cante en sus últimas apariciones, donde pese a la edad, sentó cátedra en la Bienal de Sevilla o en la misma Guarida del Ángel jerezana. Últimamente, me decía que tenía ilusión con ese monumento que dentro de muy poquito le pondrán en Jerez, y pese a algunos achaques de salud, me decía afanoso que muy pronto iba a cantar aquí, al igual que me hablaba de un proyecto literario en el que le ayudaba su señora, el cual yo le animaba a terminar.

Voz y eco de una pureza ingobernable, crisol de la seguiriya, rey…del cante gitano. Descanse en paz Manuel de los Santos Pastor, por siempre eco y cueva del sonío más ancestral, espina y sangre de la flor del cante.

 

Publicado en Información Jerez el domingo 27 de diciembre de 2015

viernes, 18 de diciembre de 2015

Escritos Sobre El Taurinismo Universal



Merece la pena contemplar, y si acaso hasta reivindicar (si bien no precisa defensa pues su categoría está muy por encima de ataques y modas políticas), ese tipo de Literatura Taurina que sin querer se está convirtiendo en joyas supervivientes, una especie que cierta parte de la sociedad anhela extinguir. Cabe decirlo, la tauromaquia siempre ha estado sufriendo todo tipo de ataques y vejaciones de reyes y de políticos e incluso de algún Papa, y siempre ha sabido adaptarse a los tiempos y sobrevivir sin perder su esencia de bella tragedia y rito de creación de la vida y de la muerte. Precisamente ha sido ese estigma de supervivencia o caza de brujas que la tauromaquia ha padecido la que a su vez le ha dotado de una verdad tan fiel y real que ha podido con todas las mentiras.

La Literatura Taurina ha sido y es, pues, fiel a esa única verdad, la de la creación de un arte único y visceral, y representa, pues ha ido de la mano con los avatares de España, un fiel espejo de nuestra historia social, política y cultural. Nuestro mayor pensador, don José Ortega y Gasset, escribió un librito que si bien no es hondo, sí ahonda: “Sobre la caza, los toros y el toreo”, donde fusiona al toreo con nuestras costumbres tal que son una. De toros escribieron y poetizaron algunas de las plumas más brillantes y vibrantes tales como Valle-Inclán, Machado, Alberti, Cossío, Miguel Hernández, García Lorca… cada cual a su ritmo y compás, pero todos absorbidos o picados por este veneno maravilloso del toro y el torero. Otros contemporáneos como Joaquín Vidal, Benítez Reyes o premios Nobel como Camilo José Cela y Vargas Llosa han recogido y hecho suya esta liturgia de vivencia y supervivencia dándole a este arte el sentido universal que en su día ya aclamaba Pepe Bergamín.

La Literatura Taurina, por ello, capta la que quizás es la única verdad, perseguida por inquisidores e ignorantes, que nos queda en nuestra idiosincrasia, espejo de nosotros mismos. No cesen de ser curiosos e indagar en este misterio del toreo y sumergirse en ese mar o más bien océano de olas aladas y desoladas, pues el toreo encierra tanto glorias como fracasos… como la vida misma. Libros como “La Música Callada del Toreo”, de Bergamín; “Juan Belmonte, Matador de Toros”, de Chaves Nogales; “Rafael de Paula”, de Benítez Reyes; “Gitanos en el Ruedo”, de Joaquín Albaicín; “La Suerte y la Muerte”, de Gerardo Diego; “Joselito, el Rey de los Toreros”, de Paco Aguado; “La Gran Temporada”, de Fernando Quiñones… son sólo algunos escritos que engalanan la riquísima literatura a la que se le debe mirar de frente, pues es de las pocas verdades que nos queda sin temor a ser engañados.

 

Publicado en Viva Jerez el viernes 18 de diciembre de 2015  


miércoles, 9 de diciembre de 2015

La Escuela de Tauromaquia


 
Hace unos años, en plena corriente emergente antitaurina, fui a la placita de toros de Chapín. Había quedado una mañana con mi amigo Eugenio Cobos, quien me iba a facilitar unas fotos antiguas de Gallito y Belmonte, las cuales utilicé para mi libro “Entre Clamores y Espantás”. Allí estaban toreando de salón chavales de la Escuela Taurina de Jerez. Los observé en silencio, algunos con los trastos más grandes que ellos mismos, pero todos heridos por la pasión afanosa de torear sobre un albero y soñando con los pitones de un toro que embiste a sus vuelos. Supe inmediatamente que mientras exista esa llama de ilusión en este arte tan ingrato como romántico, seguirá existiendo la tauromaquia, por muchas triquiñuelas maliciosas que los ignorantes pretendan dictar con sus mojigangas.

Hace unos días se celebró el I Encuentro Cultural de antiguos alumnos de la Escuela de Tauromaquia de Jerez. Merece la pena valorar y aplaudir la enorme labor, antes a corriente y ahora a contracorriente, que dicha escuela hace por la tauromaquia y por unos niños y ahora hombres que crecieron bajo la idiosincrasia del respeto, el valor y la lucha por una forma de vivir que es tan noble para el toreo como para la vida. Resulta encomiable la labor de los toreros y profesionales que inculcan este dulce veneno a los alumnos, ávidos de la luz de la torería, de ese ser o no ser toreros, esos que están y ya no están, como mi siempre recordado Copano, fiel banderillero de Paula, e igual que mi querido Cámara, a quien pude saludar en dicho acto, como a aquel Rafaeli rumboso, así como a Eduardo Ordóñez. Fueron las palabras de Antonio Lozano las que no sólo pusieron el toreo en su sitio, sino más aún reivindicaron que tanto el toreo como los toreros vuelvan a ser lo que siempre fueron ante la cultura y la sociedad, hoy enturbiada y perturbada por los que ni saben ni desean saber. Puso la poesía emocionante y emocionada mi primo Junquera, rememorando el duende arrebatador de Paula con aquel toro de Benavides en Madrid.

Grato, pues, este acto donde los aficionados confraternizaron en torno a lo que es nuestra cultura… los toros, al igual que el vino, el caballo y el flamenco. Mérito sin duda la de esta Escuela de Tauromaquia de Jerez, que ha dado no pocos toreros, hombres ante la vida, que saben ir por derecho ante el mundo. Recojan el guante estos políticos que miran para abajo y escupen para arriba. Y es que se ha de respetar no sólo lo que se entiende sino más aún aquello que no se entiende.

 

Publicado en Viva Jerez el viernes 4 de diciembre de 2015