miércoles, 22 de julio de 2015

San Fermín, Ese Gozoso Pecado



Pamplona, San Fermín, podría parecer y parece un caos bullanguero donde lo puramente taurino importa cada vez menos en post de un jolgorio cual cuadro abstracto, donde lo obsceno glosa una pintura de mil colores y formas… monstruosas. Mirado este cuadro de lejos, parece un paisaje de Goya en su época oscura, pero una vez que te acercas y te adentras en su infinito universo, te das claramente cuenta, cual epifanía, que también esa pintura posee mucho de Tiziano y de Velázquez. San Fermín es un pecado donde todos se rezuman y salen santificados, pues cautiva al santo y al demonio, que de todo allí pasea a sus anchas, y a cuyo encanto sucumben irremediablemente. Ver a los toros correr por las calles constituyen todo un cántico primitivo, donde el fiero animal (aunque cada vez menos fiero) se transmuta en un río de cuernos de terror que corre a velocidad portentosa y rítmica hacia ese mar de albero que es la propia plaza de toros. Los corredores son valerosas sombras que desean hermanarse con ese majestuoso terror. Y es que el corredor desea fervorosamente ser parte del toro, sentir su poder, su pulso, su sudor y hasta su espíritu. Que el toro cornee no es ningún accidente desgraciado, sino una muestra fidedigna de ese hermanamiento. “Dame tu mano y abrázame en ti”, parece decirse el uno al otro. De todo ello, y de vino, borracheras y perversión supo y mucho Ernest Hemingway, enamorado de aquella Pamplona y seguidor de las andanzas de Antonio Ordóñez. San Fermín es un espíritu libre, como esa plaza del sol y sombra, donde los terribles y ensordecedores cánticos de las peñas crispan al torero más frío, pero cuyo milagro reside en esa misma atmósfera de paz y guerra, silencio y ruido, razón y confusión. Pamplona, ésa de blanco con pañuelos rojos, la misma para gozar y sufrir.
 

Publicado en Viva Jerez el viernes 18 de julio de 2015

jueves, 2 de julio de 2015

Dejad A Las Artes Libres



Parece ser que los políticos no se enteran, o más bien hay que decir que no se quieren enterar (acordémonos de ése que proclamaba que no hay más sordo que el que no desea oír) de que los toros y la tauromaquia ni antes ni ahora y espero que ni después, jamás pertenecen a izquierdas ni a derechas. Si acaso, y por catalogarlo concienzudamente, habría que denominarlo como república independiente de la cultura libre, esa que emana del pueblo y sus gentes y que jamás pide el carnet ni la condición ideológica de cada ser. Politizar cualquier tipo de expresión cultural no sólo es un atropello ilegítimo, sino más allá atenta contra lo más sagrado de los pocos dones que la vida nos otorga: la libertad y la legítima oportunidad de elegirla. Que unos señores, los cuales ignoran el mundo del toro, con esa osada osadía que concede la ignorancia, pretendan desdeñar o inclusive abolir la tauromaquia, insisto, desde la más caótica ignorancia, podría producir no sólo un sacrilegio contra nuestras costumbres e historia (ya dijo el gran pensador Ortega y Gasset que no se podría entender la historia de España sin las corridas de toros) sino un caos en cuanto a pérdidas económicas de medidas brutales y por ende el mismo caos medioambiental que significaría perder los miles y miles de hectáreas que riegan nuestra piel de toro, auténticos pulmones de España, en el que viven cientos de especies animales y que son dedicadas y cuidadas por y para ese rey de la dehesa que es el toro bravo. Ignorar estas realidades significa crear una guerra a costa de banderas y colores, o lo que es lo mismo, politizar la libertad cultural. Empero, no es cuestión de convencer en cuanto a gustos morales o inmorales, pues a los toros va el que lo desea, sino de respetar, y respetar hasta aquello que inclusive se nos escapa de la razón.

Escuchar hablar a un político de toros (no a todos, pues alguno se salva) es tan desconcertante como poner a un ciego de guía por el Museo del Prado y esperar a que te analice cuadro por cuadro, salvo que el ciego tiene su disculpa por su discapacidad y el político no, pues mira pero no ve. Insisto, los gobernantes ni deben ni pueden utilizar la cultura como moneda de cambio en sus guerras políticas de injurias y perjuras. Dejen las artes en libertad.

 
 Publicado en Viva Jerez el viernes 26 de junio de 2015