viernes, 12 de agosto de 2016

Torerías y Diabluras, para escuchar




 

    Sin duda, este libro parecía estar destinado a no ver la luz, y permanecer en un abandono más llevado por la frustración que otra cosa. Muchas veces he pensado si esas diabluras y sus diablillos que menciono en su título no habrán hasta abusado en demasía de mi paciencia y su esencia, pues como el agua río abajo discurre por la maleza, este libro ha padecido mil y una dificultades para abrirse paso entre lo angosto y lo banal de unas empresas tan incompetentes como mal avenidas. Sí, sin duda los malos presagios y hasta los calvarios lo han llevado hasta un ostracismo de mí mismo, dejado de la mano de su escritor. Un libro es como un pájaro sin alas al que poco a poco se lo comen los insectos hasta quedar en los huesos de la muerte. Mi moral, a veces turbada en inmoral hacia él, llegó a ser la del desgraciado que odia a su pájaro muerto en los huesos, una sombra de la que huía y él huía de mí. Y sin embargo, y pese a los periplos de desierto, abocados a unirnos cuando Dios o el demonio quisieran. Fue el mismo libro, ya en sus huesos muertos, cuando él mismo comenzó a hablarme y susurrarme sus secretos. Algo así como “aquí me ves, más muerto que vivo, ya en mis huesos, pero tan vivo aún que mis huesos se ríen de la muerte”. Lo increíble, lo inexplicable (de ahí su misterio), fue que comenzase a volar, y no sé si hasta resucitar, con unas alas nuevas nacidas de él mismo, ya cuando bañado de muerte la desesperanza lo había casi enterrado. Verlo, oírlo y hasta sentirlo, ha sido mi gran esperanza de vida, la de un desdichado que por él comenzó a sentirse dichoso.

    Por ello sé que este libro, como el Ave Fénix, renace y se abre paso desde el dolor para tornarse en gozo. Un libro que no teme ni oculta sus tormentos y que se descubre y se deja escuchar entre los ecos de un tiempo sin tiempo. Ese otro tiempo paralelo que nos acompaña a los que vivimos y tuvimos la suerte de vivir los misterios del arte. Ese tiempo sin tiempo que va y viene, del ayer al hoy, y del hoy hasta no sé qué mañana. Ese tiempo sin tiempo, a las cinco de la tarde, amenaza espinosa entre lo apolíneo de las normas y lo dionisíaco de las desnormas. Son las horas que se escuchan en ese paseíllo, siempre imprevisible, de los toreros que aquí torean. Entender… es desentenderse, he sentido en aquellas plazas donde ese misterioso abandono de Paula parecía redescubrirse a sí mismo. Transcendiendo de la propia lidia para ser una tauromaquia tan única y mística que termina siendo la nada más desolada. Una nada que lo es todo. Una nada que se olvida de todo… y de todos, para crear una música nueva, la del hombre que se deshace de todo para sólo allí, hacerse a sí mismo. Que se muera la vulgaridad, que se pudran en el infierno lo amantes de lo falso, que se arrepientan los oradores fariseos y las monedas de cambio, y que miren con los ojos nuevos aquellos cegados por las modas y sus banalidades. No hablemos de tiempos, sino de eternidades. La eternidad de un Joselito que aquí se lía su capote de paseo negro, aquel luto por la muerte de la señora Gabriela, para burlar todas las mentiras y quedarse a solas con la verdad de su ciencia torera. Ese capote negro, que su hermano Rafael (el Divino Calvo que traía los disgustos a casa) le cediera a Bernardo Muñoz en su alternativa, el mismo que cubriera la torera espalda de Antonio Bienvenida en su última tarde, aquella en la que Paula… hizo de su nada el único todo que cubriera el albero de la plaza desaparecida de Carabanchel.

    Este libro realza la voz, y más allá… el eco, de aquellos lances y muletazos, a veces entre lo templado y lo desmayado de una soleá, y otras como esa seguiriya, ya desprovista y desnuda de todo, que en las horas de la madrugá, araña y se desgarra entre los efluvios del lamento y el tormento. Y es que estas “Torerías y Diabluras” a veces medita y otras se olvida de meditar para sólo sentir, llevado por la inspiración de un Juan Belmonte que por momentos filosofa sobre la quietud y el temple, en su esqueleto inquietamente quieto.

    No se tomen pues este libro como una obra encerrada en un solo concepto, o dedicada a un solo tiempo, sino como un alma viva que reta y amenaza incluso a todos los tiempos y sus deberes. Un libro que ha sobrevivido a su imposible, que desde la humildad de quien no sabe nada, les pretende decir su todo entre “Torerías y Diabluras”.

jueves, 18 de febrero de 2016

Apología De La Cración Inmortal



La poesía, no siendo nada, está en todo aquello que rezuma expresividad mortal en aras de su inmortalidad, aquella que la torna en divina. Y es que la mortalidad, representada en el hombre o el poeta, es la mano necesaria, fecundadora y creadora para inmortalizar su obra. Hemos de tener conciencia pues y mostrar pleitesía a esos creadores, hombres que se saben poetas, y más aún poetas que sólo se saben hombres, capaces de crear ese puente espiritual entre la mortalidad y la inmortalidad de la creación. Esa creación sublime, arrebatadora y anárquica que hace y consigue no sólo que soñemos con la divinidad soñada, sino que soñemos con la realidad ancestral y la veamos en su forma humana, su forma viva, su forma natural. Sólo así, siendo conscientes y justos a la sensibilidad por el arte, podemos apreciar en su justa o injusta medida lo que significó Miguel Ángel para el movimiento, Velázquez para la luz, Rembrandt para las sombras, Goethe para las letras, Beethoven en la música, Miguel Hernández al verso o Rafael de Paula para el toreo, auténticos artífices de la mortalidad en aras de la inmortalidad y su casi inconsciente consecuencia de lo divino. Y manifiesto y recalco lo de su inconsciencia, pues existe un halo casi fantasmagórico de ésta, diría que inocente, sobre la genialidad que sale de sus manos, algo tan natural como el beber, el rezar o el respirar, tan esencial como irrisorio, y que en sus manos se hace creación de proporciones descomunales. No ha estado, en cambio, el mundo humano, ni el de ayer ni el de hoy, preparado para tan magnificencia muestra de luz y de sombra. Más allá, diré que los hombres en su mayoría se sienten cegados, injustos e incapaces ante tal aurora centelleante y relampagueante, por ello sólo el tiempo pone a los creadores en su sitio, en su real estado de eternidad. Sólo pues, una minoría, sabe ver y oír esas creaciones, auténticas catarsis para los sentidos, y darle su real importancia en su tiempo, cuando aún es mortal, cuando aún es corazón palpitante. Dichosos ellos, esos que saben beber del agua de la fuente del arte, agua santificada de todo pecado, porque ellos no tendrán que pedir perdón allá… en la tierra de los justos, y pobres aquellos muchos, insensibles ante la sensibilidad, meros mortales ignorantes; ciegos, mudos y sordos.

 

Publicado en Viva Jerez el viernes 29 de enero de 2016

sábado, 6 de febrero de 2016

Sobre José Tomás


 
Siempre fue y siempre será el hecho real de que sólo a los más grandes no se les perdona, o poco o nada, mientras a los demás, precisamente por poco importar, carecen de todo castigo. El mundo del toreo no es excepción de esta regla fidedigna a las virtudes y defectos que la raza humana ejerce impunemente sobre sus más ilustres nombres. A José Tomás, este torero de Galapagar, le están lloviendo críticas, banales y crueles, en contra de su persona y torería tras la corrida en la México. Precisamente esas críticas vienen de los mismos que justo antes lo ensalzaban como a ese dios de piedra, que se digna al menos una vez al año a bajar de su pedestal y santificar el albero de una señalada plaza para obrar el milagro del toreo. Como la cosa salió con las tinajas medio vacías y para colmo su compañero de terna, Joselito Adame, triunfó, a Tomás le quieren quitar su pedestal y lo quieren tornar en hereje y casi exiliar del reino otorgado. No les quepa duda de que esta maniobra santificadora y profana de la afición hacia su ídolo viene siendo habitual en la historia de la Tauromaquia ya antes de los tiempos de Lagartijo y Frascuelo; es decir, la sugestión del éxito y la desmitificación del mito creado tras el fracaso. Sin embargo, y sin obviar las críticas, pienso que en el caso de Tomás sólo podemos hablar de triunfo. Primero porque consiguió la proeza de llenar la Monumental, lo cual no ocurría desde hacía demasiados años con sus más de 42.000 espectadores; segundo porque al margen del escaso éxito artístico, en gran parte por la falta de casta y raza del ganado mexicano, el corrillo taurino y más aún los medios informativos de todo el mundo, discuten, ensalzan o despotrican sobre su toreo, o lo que es lo mismo, Tomás consigue poner en el ojo del huracán de medio mundo y en portada a la Tauromaquia en tiempos de ataques e injurias contra ésta. Y tercero, porque el empresario, pese a despotricar de él, le ha ofrecido volver a torear en la México, cosa que el diestro ha rechazado.

¿Dónde está el fracaso de Tomás pues? Cierto que no hubo faena cumbre, aunque sí momentos y tandas sueltas de gran empaque con la muleta, con ese personal embelesamiento a la hora de templar y llevar al cornúpeta cosido a la franela. Tomás estuvo en su sitio, como ese Don Tancredo, al que sí deberíamos exigirle que torease más para que se bajase de ese pedestal creado por sus incondicionales, y que vuelva a ser lo que siempre fue y aún pienso que es… ese torero que en su día dijo: “vivir sin torear, no es vivir”. Haga pues honor a su dicho, torero.

 

Publicado en Viva Jerez el viernes 5 de febrero de 2016

martes, 19 de enero de 2016

AGUJETAS, SU ÚNICA LEY




Muy lejos de típicos tópicos, este artista atípico y utópico ha dejado una huella indeleble, un pozo sin agua que con el cáliz y cristal del tiempo se recordará aún con más peso como el cantaor con más lamento herío de la historia del flamenco. Me recordaba mi primo Miguel de la Alfonsa, “el Agujetero”, que ya lo decía su padre el Viejo Agujetas: “Como canta mi hijo Manué no ha cantado nadie”. No lo decía la voz de un padre llevado por el cariño a un hijo, sino la de un sabio patriarca que reconocía la sublime rama esotérica que emanaba del tronco negro del faraón, aquel tronco negro al que cantara Federico García Lorca cuando escuchó al gran Manuel Torre. Es más que probable que la grandeza de este devoto de Antonio Mairena se haga más patente con el tiempo, ese que no engaña a nadie, pues se me antoja imposible hallar en el cante un aglutinador de sensaciones tan viscerales, contradictorias y desestabilizadoras como las de este hombre de campo nacido para ser libre y rebelde. Y es que en Manuel se concentraban un sinfín de rasgos inequívocos del ser singular, esa cierta rebeldía del ser inconformista que se resiste a vivir según las formas y normas de una sociedad absorbida por la comercialidad y la falsa moneda, y esa libertad que otorga el sentir y saberse a su vez poseedor del secreto del cante. Manuel se sabía único y ciertamente alardeaba de ello, a menudo con un desfasado carácter egocéntrico y terco, pero aquello (mal le pesen a muchos) no era pecado, sino privilegio que compartía con el mundo para aquellos que no sólo supieran escucharlo, sino también entenderlo como un ser diferente.

Justo es decirlo, el flamenco, como el toreo, están infectados hoy por la falsedad y la excesiva diplomacia de la demagogia comercial que da la sensación de que la verdad… molesta. Justo es también decir que los genios a menudo pierden las formas, pero también que cuando las encuentran… no existen más formas que las suyas. No descubro nada si manifiesto que a Agujetas muchos no lo podían ni ver, pero ello sería inclusive motivo de una tesis harto peculiar a la cual no me someteré, no por falta de interés, sino de espacio. No obviando dicho rango, delito, pecado o capricho sarcástico, ello dotaba a Manuel de un carisma muy especial, algo así como un ser libre condenado a no entenderse con el mundo. Esa libertad condenada es la que fluía por esas letras tan suyas, reivindicativas siempre de una filosofía de vida tan leal como singular. Sus letras aludían a la injusticia que el rico infringía sobre el pobre, la del trabajador abocado al sudor de sol a sol, o al amor y los celos de un corazón dañado, no sin olvidar su pasión por el campo y su espíritu silvestre. Letras, que pese a su consabido analfabetismo, son propias de un filósofo de la vida, ese que se aleja del mundanal ruido social para centrarse en lo pura y meramente fundamental.

Es decir, Manuel Agujetas se centraba sólo y tan sólo en lo principal de la vida misma, despreocupándose y casi despreciando a todo aquello que resulta básico para los demás mortales. Esa casi obsesión por lo radical, como quien acuchilla un melón de un tajo con su navaja, es la que transmitía en esas seguiriyas, tonás y martinetes, auténticos degolladores de falsedades mundanas para sólo dejar desnudos  la verdad y su cristalina pureza. El cante de este cantaor sin fecha de nacimiento exacta iba directo al alma, sin concesiones ni artificios, crudo, amargo, doloroso… como una puñalá que te deja sin aliento, como aquella corná mortal del Coli en el corazón en Madrid. Manifiesto pues, que no sólo nos ha dejado este rey del cante gitano, con trono o sin él, sino también la quimera de un ser excepcional por su excéntrica controversia, por su singularísima ley… y por su solísima grandeza.

Publicado en viva Jerez el viernes 15 de enero de 2016


sábado, 9 de enero de 2016

Lo Mejor Del Año Taurino



Viene siendo habitual en los corrillos taurinos por estas fechas echar la vista atrás y resumir lo mejor del año. El tiempo, sin embargo, es muy subjetivo, de hecho, si tomamos como reloj de referencia a todo aquello que por capricho o destino sigue siendo presente en tus pensamientos, no hay nada más actual o fresco que la pasión, el arte y su consiguiente enamoramiento. Por ello diré que las grandes sensaciones superan al tiempo y que éste inexorablemente se doblega ante él. No es pues de extrañar, que atendiendo a estas líneas discordantes, consonantes, geométricas y asimétricas del espíritu me atreva a decir que lo mejor del año sigue siendo el hecho real de saber que Joselito el Gallo debutó con tan sólo doce años en Jerez, aquel 19 de abril de 1908 (por cierto, a ver cuándo Jerez acredita tal hecho con un azulejo). El mismo novillero que se niega a torear en Madrid argumentando que aquellos bichos eran pequeños, exigiendo que le traigan un ganado con más trapío. Sigue siendo para mí lo mejor del año aquella respuesta que Juan Belmonte le cantara a Valle-Inclán, cuando el escritor le dijo aquello de “Juan, sólo te falta morir en la plaza”, y el torero le respondió: “Se hará lo que se puea”. A su vez, sigue siendo lo mejor del año aquel genial Rafael el Gallo dando aquellos muletazos por alto sentado en una silla de enea provocando el delirio en los tendidos, cuando en el toro anterior había pegado la espantá tirándose de cabeza al callejón porque el toro lo había mirado malamente.

Continua siendo lo mejor del año aquella sentencia de Joaquín Rodríguez, “Cagancho”, cuando dijo: “De Despeñaperros para abajo se torea, de Despeñaperros para arriba se trabaja”. En la misma tesitura me sigue pareciendo lo más destacado del año pasear por la mágica Ronda y respirar al filo del crepúsculo del tajo, aquella cultura cinematográfica, literaria y taurina que formaran y siguen formando Orson Welles, Ernest Hemingway y Cayetano, “el Niño de la Palma” y Antonio Ordóñez en torno a la Goyesca. Así mismo, me sigue pareciendo lo más profundo del año aquella media de Rafael de Paula en Aranjuez, vestido de nazareno y azabache, otorgándole a la tauromaquia la fusión de romanticismo eterno y trágico, fraguada en su cintura de ensueño. El mismo Paula que en Madrid brindara al Rey, no de Oriente, sino de España: “Majestad, le deseo toda la suerte para usted y para España, y ahora deséemela usted a mí, a ver qué hago yo con esto”. Dirán algunos que estoy loco por decir que son estos hechos lo mejor del año; argumento yo, que no sólo son estos sucesos, sino que de la mano de esos conspicuos del espíritu, obradores del milagro de parar el reloj del tiempo, son lo mejor del siglo, del pasado, del presente y mucho me temo que de  los venideros, al menos para aquellos que sepan de los milagros del sentimiento y sus proezas.

 

Publicado en Viva Jerez el viernes 8 de enero de 2016


domingo, 27 de diciembre de 2015

Agujetas, La Última Puñalá





Como un eclipse de luna, que por capricho o destino, ha querido oscurecer más aún la negrura del cante gitano, se ha ido a los altares este Manuel de los Santos Pastor, el último cantaor. Apunté en su día que antes de cantar Agujetas sólo había silencio, y que después de su cante sólo quedaba ese mismo silencio… pero estremecío. Dueño y poseedor de los secretos del cante más rancios, cuando este indomable volcán de pasiones se expresaba dejaba fluir la más clara y oscura esencia del flamenco, esa que por sabia y pura arañaba por dentro. Pienso que los genios están plagaítos de heridas en el alma, esos avatares y desazones de la vida, que con justicia o no, los llevan a ser personas diferentes. Tienen pues, ellos los genios, un sentido muy profundo de la condena amarga y del sangrar por dentro. Es esa amargura y esa sangre, la que fluye en la soleá y la seguiriya, y que se alza, cuando la ocasión es propicia, para crear una belleza tal, que es naturaleza misma, única, sola y errante… aparte. Y es entonces cuando te das cuenta de que es esa naturaleza, y no ésta o aquélla, la única y verdadera, la que mantiene el cante en su sitio, la que no se doblega ni ante modas ni imposiciones, y la que por anárquica y primitiva es espejo del alma. Manuel Agujetas no sólo tocaba o arañaba ese espejo, pozo o caudal de ese agua oscura, la misma o semejante a la de las muñecas toreras de Paula, sino que más allá y, al igual que Paula, es agua y luz oscura de unos milagros que ni precisan explicación ni existe análisis que los resista, porque el milagro es duendísticamente caprichoso, endiablado en ocasiones, y o bien tienes a bien aceptarlo o bien no los entenderás jamás. Y es que cuando Manuel Agujetas hacía suya aquel agua de Manuel Torres, conseguía abrir al mar en dos, cual Moisés que sabía escuchar al maestro para predicar un mensaje sagrado, cumbre de las más altas montañas borrascosas y profundo en los océanos más oscuros. Porque Manuel, cuando cantaba, sentenciaba, predicaba y hasta infringía un sinfín de pecados y condenas. Quizás la mayor de todas era aquella de robarte la razón y con ella el sentimiento. Ni que decir tiene que esa sinrazón y desazón de su excesivo temperamento, lo llevaban a veces inclusive a ser su mayor enemigo, peligro de sí mismo y martillo golpeador de sus propias disputas e insatisfacciones. Pero igualmente cierto es que al genio hay que entenderlo como un ente aparte, similar a ese eclipse de luna, que amanece o se oculta al mundo muy de cuando en cuando, y que es excepcional por ser precisamente… único. El ser incomprendido forma parte de la propia naturaleza del artista y su cultura, claro está, de aquel que lo es porque sí. Por todo ello, yo siempre fui seguidor de este eclipse de luna llamado Manuel Agujetas, patriarca real de unas formas cantaoras harto olvidadas por las últimas generaciones y rompedor de las agujas del reloj del tiempo, pues cuando uno canta así, ni es pasado ni futuro… se es eterno. Fiel a sí mismo, para bien o para mal, jamás dejó a nadie indiferente, y como los buenos toreros de arte, o bien obtenía el clamor o bien la espantá. Era precisamente esa avasalladora incertidumbre de su carácter un rasgo inequívoco de su visceral raíz cantaora, la de ese no saber qué pasará, la que creaba a su vez una atmósfera tan mágica como inesperada. Se nos ha ido pues no sólo el cantaor más herío, sino también un acaparador de sensaciones contradictorias, que a su vez, y con o sin disputas, no tenían más remedio que doblegarse ante su grandeza, la del ser humano y la del artista rebelde de sí mismo. Y es que un artista debe ser reflejo de sus inquietudes humanas, de su temblorosa incertidumbre, sin miedo a mostrarse como tal. En este sentido, dudo mucho que haya habido un cantaor siquiera igualable a Manuel Aguajetas, donde el escalofrío a flor de piel era sólo el inicio de un tropel de puñalás que te recorrían el cuerpo. Esas puñalás en sus tonás, fandangos o bulerías para escuchar, eran las mismas que dolían pasados los días, en forma de recuerdo, bucle de una madrugá sin tiempo.

No hace falta nombrar sus actuaciones y méritos por todo el mundo, pero aún tenemos frescos, casi a flor de piel, el sudor frío de su cante en sus últimas apariciones, donde pese a la edad, sentó cátedra en la Bienal de Sevilla o en la misma Guarida del Ángel jerezana. Últimamente, me decía que tenía ilusión con ese monumento que dentro de muy poquito le pondrán en Jerez, y pese a algunos achaques de salud, me decía afanoso que muy pronto iba a cantar aquí, al igual que me hablaba de un proyecto literario en el que le ayudaba su señora, el cual yo le animaba a terminar.

Voz y eco de una pureza ingobernable, crisol de la seguiriya, rey…del cante gitano. Descanse en paz Manuel de los Santos Pastor, por siempre eco y cueva del sonío más ancestral, espina y sangre de la flor del cante.

 

Publicado en Información Jerez el domingo 27 de diciembre de 2015

viernes, 18 de diciembre de 2015

Escritos Sobre El Taurinismo Universal



Merece la pena contemplar, y si acaso hasta reivindicar (si bien no precisa defensa pues su categoría está muy por encima de ataques y modas políticas), ese tipo de Literatura Taurina que sin querer se está convirtiendo en joyas supervivientes, una especie que cierta parte de la sociedad anhela extinguir. Cabe decirlo, la tauromaquia siempre ha estado sufriendo todo tipo de ataques y vejaciones de reyes y de políticos e incluso de algún Papa, y siempre ha sabido adaptarse a los tiempos y sobrevivir sin perder su esencia de bella tragedia y rito de creación de la vida y de la muerte. Precisamente ha sido ese estigma de supervivencia o caza de brujas que la tauromaquia ha padecido la que a su vez le ha dotado de una verdad tan fiel y real que ha podido con todas las mentiras.

La Literatura Taurina ha sido y es, pues, fiel a esa única verdad, la de la creación de un arte único y visceral, y representa, pues ha ido de la mano con los avatares de España, un fiel espejo de nuestra historia social, política y cultural. Nuestro mayor pensador, don José Ortega y Gasset, escribió un librito que si bien no es hondo, sí ahonda: “Sobre la caza, los toros y el toreo”, donde fusiona al toreo con nuestras costumbres tal que son una. De toros escribieron y poetizaron algunas de las plumas más brillantes y vibrantes tales como Valle-Inclán, Machado, Alberti, Cossío, Miguel Hernández, García Lorca… cada cual a su ritmo y compás, pero todos absorbidos o picados por este veneno maravilloso del toro y el torero. Otros contemporáneos como Joaquín Vidal, Benítez Reyes o premios Nobel como Camilo José Cela y Vargas Llosa han recogido y hecho suya esta liturgia de vivencia y supervivencia dándole a este arte el sentido universal que en su día ya aclamaba Pepe Bergamín.

La Literatura Taurina, por ello, capta la que quizás es la única verdad, perseguida por inquisidores e ignorantes, que nos queda en nuestra idiosincrasia, espejo de nosotros mismos. No cesen de ser curiosos e indagar en este misterio del toreo y sumergirse en ese mar o más bien océano de olas aladas y desoladas, pues el toreo encierra tanto glorias como fracasos… como la vida misma. Libros como “La Música Callada del Toreo”, de Bergamín; “Juan Belmonte, Matador de Toros”, de Chaves Nogales; “Rafael de Paula”, de Benítez Reyes; “Gitanos en el Ruedo”, de Joaquín Albaicín; “La Suerte y la Muerte”, de Gerardo Diego; “Joselito, el Rey de los Toreros”, de Paco Aguado; “La Gran Temporada”, de Fernando Quiñones… son sólo algunos escritos que engalanan la riquísima literatura a la que se le debe mirar de frente, pues es de las pocas verdades que nos queda sin temor a ser engañados.

 

Publicado en Viva Jerez el viernes 18 de diciembre de 2015