sábado, 18 de octubre de 2014

Literatura Taurina




Pienso sin lugar a duda, que es la literatura taurina la gran desconocida del ámbito cultural literario, la gran denostada y también la gran condenada. Todo ello, por otro lado, le da un cierto halo de lectura prohibida y esotérica que la envuelve en lo cautivador. Y es que tanto detractor antitaurino, enjambre de la ignorancia y osadía, no hace sino engrandecer a este tipo de literatura, pecaminosa inclusive, llena de matices efímeros, inconcluyentes y abstractos que se transmutan por el puente de lo mágico en arte universal. Abrir un libro taurino es abrir un sentimiento prohibido, es adentrarse en el laberinto donde lo amoral queda asumido por ese estado de creación trágica y dramática que sólo el toreo es capaz de transmitir. Cabe decir que el toreo, por su intrínseca muestra de creación, peligrosidad y de mortal verdad creativa, supera a las demás expresiones, tales como la pintura, la escultura o la misma literatura, precisamente porque sólo en el toreo se hiere y se muere. Hablamos, pues, de su verdad, auténtico paradigma de eternidad, pues donde hay mentira sólo hay olvido. Y el toreo, a pesar de suceder en un abrir y cerrar de ojos, no se olvida, y más allá lo escriben, para seguir viéndolo en las letras, como si éstas toreasen entre versos y metáforas imposibles envueltos en la ampulosa leyenda. El toreo es seducción, y a esa seducción sucumbieron escritores tales como Bergamín, Gerardo Diego, Cossío, Alberti, Lorca, Miguel Hernández, hasta llegar a nuestros días con Benítez Reyes, Vargas Llosa… y un sinfín de nombres universales de las letras, que vieron luz en la oscuridad de la tauromaquia. Por todo ello y por lo del más allá, humildemente me siento dichoso de ser pecaminoso, de ser amoral a ojos de los que para mí son inmorales, de ser combativo contra la injusticia castrista y de romper las lanzas de toda dictadura amante de la prohibición. Por eso escribo de toros y de toreros, porque en rebeldía encuentro la verdad del arte ante tanta mentira e hipocresía, y porque todo buen libro taurino… está y se queda solo en los medios, como solo el torero ante el toro.
Publicado en Viva Jerez el viernes 17 de octubre de 2014

sábado, 4 de octubre de 2014

La Baja Moral Del Hombre



Grandes filósofos y pensadores han dedicado escrituras a analizar el comportamiento de los hombres, debatiendo sus luces y sombras en una encrucijada sin fin. Mucho me temo que en el principio y en el final de los días, el ser humano seguirá siendo el mismo, una pobre bestia que se corrompe fácilmente en aras de un beneficio propio y egoísta. El hombre sigue siendo el mismo que el de la época romana, el de la guerra nazi o el de la dictadura franquista. El afán de poder sublima y devora a las personas como un gusano que se adentra en la manzana divina hasta pudrirla. Dirán algunos que es más fácil ser escéptico y cuestionar la buena moral de los hombres que creer ciegamente en ellos. De hecho, siempre es grato releer a los místicos como San Juan, Santa Teresa o San Agustín para hallar un halo de luz y esperanza entre las tinieblas, pero esa luz esperanzadora tiene sus días contados cuando entiendes que en la vida existen dos clases de personas: los íntegros y los corrompidos. Son los corrompidos aquellos que buscan y encuentran un final glorioso desgraciadamente, dado sus artimañas y triquiñuelas bastardas. Seres de altos cargos políticos y empresarios que dada su escasez de moral, no les tiembla el pulso ni les muerde la conciencia a la hora de despreciar a aquellos honestos e íntegros. Seres de cloaca, impostores y usurpadores vanidosos, que sólo luchan por la potestad de ellos mismos y que no dudan en pisotear al más débil con tal de seguir con su ritmo de bienestar. Todas las ciudades del mundo tienen a un Puyol, a un Bárcenas o a un Julián Muñoz dispuestos a amasar fortunas y corromper las leyes a costa de sobrecitos, e incluso a un Mas dispuesto a independizar las tierras soberanas en nombre de la honorabilidad, cuando en realidad todos sabemos que se trata de egoísmo político. Y es que la inmoralidad sólo crea inmoralidad. Hoy día, si no eres hipócrita y falso, estás condenado a no entenderte con el mundo. Si no eres complaciente con la injusticia te tachan de anarquista inútil. Me pregunto en qué diablos se ha convertido el diablo, si los podemos ver con caras y nombres y no hacemos nada por justiciarlos. Si lo que parece ético y moral es desahuciar a miles de personas de sus casas, ésos que no tienen pan que llevarse a la boca por falta de trabajo, mientras esos diablos se pasean libres por sus caseríos o por las cárceles, porque son libres aún entre rejas, sin devolver un duro de lo que robaron. La lástima es que aquellos a los que llamo íntegros jamás llegarán a nada, porque los caminos para triunfar arriba están tan corruptamente prostituidos que no aceptan la verdad, con lo cual el mundo jamás tendrá arreglo. Yo creo en el hombre de abajo y enterrado, creo en el desahuciado y despreciado, creo en la voz del parado y el desamparado, y en aquellos que miran a la injusticia a los ojos para decirle: esto es mentira. Aunque decirlo sólo sirva para no dejar de creer en un futuro mejor.
 

Publicado en Viva Jerez el viernes 3 de octubre de 2014