sábado, 20 de diciembre de 2014

El Toreo Sobre El Tiempo



 
No es un cuadro al que puedas mirar cuando te apetece, tampoco un libro que deseas releer para recordar aquellos versos o párrafos. No es esa canción a la que tus oídos echan mano para levantar tu ánimo poniendo un cd.... El arte del toreo esconde su intrínseco e indescifrable misterio. Estamos ante una expresión única que discurre en ese estado de trance entre lo efímero y lo imposible. Lo que en la arena ocurre, ya sea una media verónica o un trincherazo, dura lo que un abrir y cerrar de ojos, con la sola red cautivadora que significa hacerlo con sentimiento o no. Amparados en esa red cautivadora, como la de esos pescadores que se lanzan al hondo mar buscando peces, sólo algunos toreros han sabido y podido desafiar al mismísimo tiempo, la ley espacio tiempo, para no caer en el olvido y acrecentar su toreo al nivel de arte sobre las demás artes. Justo es decir que asumo que, como aficionado, mis huesos y mi espíritu se retiraron en aquella feria del 2000, cuando Rafael de Paula se arrancó la coleta. Hoy por ser hoy, y antes por ser antes, en la mayoría de las corridas a las que asistía, apenas me acordaba de nada al día siguiente. Es decir, el toreo no aposenta mayor retentiva en la memoria que la pureza y el sentimiento que unos pocos privilegiados han sido capaces de transmitir; aquel misterio que refería Rafael el Gallo, decirlo o no decirlo, sí, pero sobre todo... tenerlo o no tenerlo, pues es imposible e inútil buscar el milagro en aquellos que no lo tienen. Craso error con el que hoy muchos comulgan. Poder hoy cerrar los ojos y recordar faenas mágicas y misteriosas de Paula o Curro que transcurrieron hace ya dos décadas o más no me resulta ningún esfuerzo de tiempo o razón, sino más allá una invitación que el propio tiempo me concede para gozo o sufrimiento de mis sentimientos. Digo bien gozo y sufrimiento, pues lo sublime y lo genial que mis ojos han visto y oído,  han transcurrido en ese extraño cauce del sufrir y del gozar, una angustiosa relación de drama y tragedia en aras de la sublime belleza. Jamás por ello he entendido a la tauromaquia como una alegre o circense explosión de entusiasmo y entretenimiento, pues eso no es el toreo, sino como un rito, diría que sagrado, con el que enriquecerme sufriendo, bellísimo sufrimiento que dirían Santa Teresa y San Juan de la Cruz. En el toreo, sólo vive y pervive aquello que se ejecuta sin más razón que la verdad y su pureza, por ello la mentira y la farsa no tienen memoria, pues se mueven en las lindes de las estadísticas y lo superfluo, aquello que presume ser de lo que jamás podrá ser. El toreo es la emoción del misterio, aquel que sin ser pintura ni ser música, algunos seguimos oyendo cuando los aires del tiempo lo dibujan en el recuerdo.

 

Publicado en Viva Jerez el viernes 19 de diciembre de 2014


lunes, 8 de diciembre de 2014

Flamenco o Cante Gitano



Cuando escuchas las nuevas direcciones que ha tomado el flamenco en las últimas tres décadas, te das cuenta que poco o nada tiene que ver con la raíz de este arte. El flamenco se ha diluido en un mar de fusiones en aras de un estado comercial tan difuso y confuso que parece que todo vale. El flamenco de hoy es una patraña, triste y embustera que miente más que habla y vomita más que recita. Me viene a la mente una entrevista al que es el gran patriarca de la guitarra gitana y jonda, llamado Manuel Morao, en la cual expresaba sabiamente la gran diferencia entre el cante flamenco y el cante gitano. Daba a entender este emperador de las cuerdas oscuras, que el flamenco en sí no es nada, más bien un invento del mundo empeñado en no llamarlo “cante gitano”. Inclusive un intelectual del calado de Lorca quiso denominarlo “cante jondo”, nuevamente empeñado en no darle a este vino su real denominación de origen. Ciertamente ha existido una encrucijada a principios y mediados del siglo pasado para no llamar a esta expresión de cante herío “cante gitano”, pretendiendo negar su vinculación cierta y fidedigna en post del interés comercial del mundo payo. Esta inexcusable “caza de brujas” ni es nueva ni a nadie sorprende. Es decir, el mundo gitano siempre fue marginado y mal visto (con o sin razón). Por ello, llamar al “cante gitano” como tal era tan mal entendido que era preferible abrir el coto de caza y llamarlo “flamenco”, donde todos caben y que tal como define el gran Manuel Morao… no es nada. Por todo ello, es necesario saber distinguir ese sentimiento con el que uno nace, arrebatador, íntimo y ancestral y que nos dice calladamente el camino de la pureza y sus senderos. Porque una cosa es el toque de Morao y Moraíto, como el cante de Chocolate y Agujetas, a quienes denomino “quejíos gitanos”, y otra es el flamenco, donde todo cabe y nada hay.

Es más que probable que muchos de los cantaores y tocaores actuales hayan confundido el término evolucionar con desvirtuar. Aunque, justo es considerarlo, sea en ese “desvirtuar” donde muchos hayan encontrado el pan de cada día. Pero esto no les exime de ser hipócritas en sí, pues pretenden vender lo que no son. Yo me quedo con el cante gitano, ese que a través de Manuel Torres no ha cesado de emocionar, improvisar y crear, pasando por esos intérpretes, fieles y dignos, de un son y compás sin más razón de ser que el de la sangre y la creación. Ojalá las nuevas generaciones, gitanas o payas, sepan beber de la fuente del agua oscura como la de ese Manuel Morao, fiel a sus formas y normas, y que, por cierto… ya debería tener un monumento en Jerez.

 

Publicado en Viva Jerez el viernes 28 de noviembre de 2014