lunes, 8 de diciembre de 2014

Flamenco o Cante Gitano



Cuando escuchas las nuevas direcciones que ha tomado el flamenco en las últimas tres décadas, te das cuenta que poco o nada tiene que ver con la raíz de este arte. El flamenco se ha diluido en un mar de fusiones en aras de un estado comercial tan difuso y confuso que parece que todo vale. El flamenco de hoy es una patraña, triste y embustera que miente más que habla y vomita más que recita. Me viene a la mente una entrevista al que es el gran patriarca de la guitarra gitana y jonda, llamado Manuel Morao, en la cual expresaba sabiamente la gran diferencia entre el cante flamenco y el cante gitano. Daba a entender este emperador de las cuerdas oscuras, que el flamenco en sí no es nada, más bien un invento del mundo empeñado en no llamarlo “cante gitano”. Inclusive un intelectual del calado de Lorca quiso denominarlo “cante jondo”, nuevamente empeñado en no darle a este vino su real denominación de origen. Ciertamente ha existido una encrucijada a principios y mediados del siglo pasado para no llamar a esta expresión de cante herío “cante gitano”, pretendiendo negar su vinculación cierta y fidedigna en post del interés comercial del mundo payo. Esta inexcusable “caza de brujas” ni es nueva ni a nadie sorprende. Es decir, el mundo gitano siempre fue marginado y mal visto (con o sin razón). Por ello, llamar al “cante gitano” como tal era tan mal entendido que era preferible abrir el coto de caza y llamarlo “flamenco”, donde todos caben y que tal como define el gran Manuel Morao… no es nada. Por todo ello, es necesario saber distinguir ese sentimiento con el que uno nace, arrebatador, íntimo y ancestral y que nos dice calladamente el camino de la pureza y sus senderos. Porque una cosa es el toque de Morao y Moraíto, como el cante de Chocolate y Agujetas, a quienes denomino “quejíos gitanos”, y otra es el flamenco, donde todo cabe y nada hay.

Es más que probable que muchos de los cantaores y tocaores actuales hayan confundido el término evolucionar con desvirtuar. Aunque, justo es considerarlo, sea en ese “desvirtuar” donde muchos hayan encontrado el pan de cada día. Pero esto no les exime de ser hipócritas en sí, pues pretenden vender lo que no son. Yo me quedo con el cante gitano, ese que a través de Manuel Torres no ha cesado de emocionar, improvisar y crear, pasando por esos intérpretes, fieles y dignos, de un son y compás sin más razón de ser que el de la sangre y la creación. Ojalá las nuevas generaciones, gitanas o payas, sepan beber de la fuente del agua oscura como la de ese Manuel Morao, fiel a sus formas y normas, y que, por cierto… ya debería tener un monumento en Jerez.

 

Publicado en Viva Jerez el viernes 28 de noviembre de 2014


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