sábado, 29 de noviembre de 2014

Fotografía Taurina



Las fotografías son ventanas en el tiempo que además, en su viaje, nos traen y nos llevan sentires y recuerdos. Dicho esto, ¿qué sería del toreo sin la presencia de la fotografía? Naturalmente hubiese seguido existiendo, pero hubiésemos estado privados del lenguaje real e inequívoco de una imagen detenida, presa y cautivada por el pulso y profesionalidad de un fotógrafo que quiso detener este arte en movimiento que es el toreo, para otorgarnos un pedacito de eternidad. La historia del toreo en sus últimos 130 años no hubiese tenido ese lirismo, romanticismo y épica sin la presencia de la fotografía. Cierto es que el toreo o la mal llamada “fiesta”, se ha sostenido a base de pasión. La pasión de los propios aficionados partidarios de unos y otros toreros y cuyo énfasis ha sido heredado con el lenguaje de la fe, no religiosa, sino artística, en unas formas y personalidades que muchos han contado a viva voz y otros lo han escrito a callado eco. Pero han sido la escritura y la fotografía los pilares necesarios para entender la historia, fuera de metáforas y confabulaciones a veces tan exageradas como embusteras. Cierto es, a menudo se escribe y se fotografía mintiendo, pero sólo sobrevive en el tiempo… la verdad. Por ello, es el propio tiempo quien se encarga de borrar a la mentira y a su vez realzar a la verdad.

Cuando, tras la muerte en Talavera de Joselito el “Gallo”, la cámara de Baldomero captó la imagen de Ignacio Sánchez Mejías acariciando desconsolado a José ya muerto, no nos dejó simplemente un testimonio gráfico de la historia de España, sino que nos dejó el estremecimiento en la vida de una pena inolvidable. Y con él, la tragedia, el drama y la muerte de este arte, superviviente de los tiempos. Fotógrafos como Aguayo, Canito, Arjona y Botán (entre otros muchos) han sabido captar no sólo una bella composición de luz y sombra, sino un sentimiento, a veces arrebatador y emocionado, donde Manolete y Chicuelo, y hasta llegar a Curro y Paula, nos dan un soplo de eternidad enmarcada en el fragante movimiento de aquella faena. Una mirada, una fugaz estrella, una voz… que se resisten a dejar de ser oídas, vistas y escuchadas en ese instante en el que un hombre quiso y supo detener… el tiempo.

Ni que decir tiene que de un tiempo para acá, con los adelantos técnicos, la fotografía ha perdido valor, pues ya no se captan momentos, sino miles de momentos en cámaras que disparan docenas de instantáneas por segundo. Nada que ver con aquellos cazadores que tenían que esperar el momento propicio. Me quedo con los fotógrafos de antes, cazadores del tiempo, y no con los de ahora, cazados o atrapados por el tiempo.

 

Publicado en Viva Jerez el viernes 28 de noviembre de 2014


Las Mentiras Del Poeta


La poesía está por encima del pensamiento y por debajo del alma. Es por ello que la poesía es siempre inalcanzable y a su vez tan cercana. El poeta vive en ese estado de extraña incertidumbre. De hecho, está acostumbrado a absorber la inspiración de la naturaleza sin llegar a superarla. El poeta está constantemente tan al borde de la verdad como de la mentira, pues desnuda su pensamiento siempre al límite de su idea inicial, idea virginal y clara, hasta destriparla, moldearla y esculpirla entre hipérboles y metáforas en su creación final. Y es en ese proceso de pensamiento y creación cuando la inspiración del poeta sufre el dolor de la creatividad, el trance del bien al mal, su caos particular, donde se termina ocultando la claridad inicial, convirtiéndose el poeta entonces en un engatusador de la palabra. No es el poeta el que dice verdaderas verdades sino el que las miente con gracia infernal y picaresca divina. He ahí su gran virtud y la esencia de su anhelo, conseguir mentir para explicarnos su gran verdad, oculta, sinuosa, final.

Bien creo justo decir que la poesía es un gran pecado de mentiras que por su bella verdad escondida merece ser perdonada. La libertad del poeta consiste en ser esclavo de su inspiración. Esclavo de las palabras y de su propia incapacidad. “Quiero lo que no puedo conseguir, amo lo que jamás alcanzaré”. Pero todo ello sin perderse de sí mismo, sin dejar de ser él. Por ello siempre me inclinaré por aquellos poetas que lo son sin saberlo, sumidos en su propia incapacidad para creer en su grandeza. Aquellos que dicen y hacen sin el esfuerzo o la preocupación de ser poetas. Son estos los que hacen de la poesía brote y desgarro con esa desgana y pereza que está muy por encima de los poetas que asumen serlo y que viven esclavos del querer ser… y no de lo que son.

Publicado en Viva Jerez el viernes 21 de noviembre de 2014

lunes, 24 de noviembre de 2014

Siete Vidas, Keith Richards




Llevaba años mirando de reojo ese libro anclado en mi librería, con esa portada entre lo chiflado y lo diablesco que resulta la cara de Keith Richards mirando desde su biografía titulada "Vida". Y es que la vida de este guitarrista, señor de los duendes malignos y sonantes, es como la vida de un gato travieso, pero un gato de siete vidas, una detrás de otra, con sus respectivas muertes y sus consiguientes resurrecciones. Esas siete vidas, traviesas y turbulentas cual gato que se resiste a andar según las normas y las leyes establecidas, quedan comprobadas de su longevidad por las propias declaraciones de Richards, que comenta: "a la semana sólo dormía una media de dos días, los demás días no dormía, con lo cual he vivido mucho más que los demás". En un principio, uno cuando compra un libro sobre sus satánicas majestades los Rolling Stones, presume que puedes caer en ese tópico, ya muy trillado, de sexo, drogas y rock n roll, y ciertamente tras leer este libro te das cuenta de que... es tan solo eso, una bacanal, fenomenalmente narrada de sugerente sexo, excesiva droga y de vez en cuando... rock n roll. Puede ser, que los Stones allá por los 60 fuesen más un símbolo que una realidad fehaciente, ya que fueron los escogidos por una generación de jóvenes anglosajones para llevar a cabo la revolución libertaria que todos anhelaban. Se trataba de chicos gamberretes pero simpáticos, rebeldes pero diplomáticos, alocados pero inteligentes, liderados por el carismático Mick Jagger, que querían sencillamente divertirse, sin miedo a probar las drogas que fuesen, ligarse a la modelo de moda o entrar en juzgados y calabozos de manos de policías y jueces que por un lado los odiaban por representar a una generación de inconformistas, y a su vez querían hacerse una foto con ellos y pedirles un autógrafo. Los Stones eran rebeldes porque sabían que aquellas multas e idas y venidas de los juzgados no irían a más, jugaron por tanto con esas polémicas que a larga sólo aumentaban su leyenda de chicos malos. Llegaron a ser tan grandes que pronto estuvieron por encima del bien y del mal. Sí, tenían policías detractores deseando encarcelarlos al primer escándalo, pero también abogados muy influyentes que les salvaban el culo. Sobra hablar de la grandeza de su música, algo así como un whisky áspero y añejo; y si bien hace mucho que no alcanzan el nivel de antaño, tampoco les hace falta. Los Stones, de hecho, viven y seguirán viviendo de esas veinte canciones de siempre y sobre ellas y bajo ellas esa leyenda que los representa. Es decir, la música en estado puro, un rock nunca demasiado duro, unos Elvis extrovertidos influenciados por el blues de la América negra y unas dosis de corrosiva mala leche. Y antes que de Jagger, siempre fui de este Keith Richards, algo así como un gitano nómada de Inglaterra, un mendigo que nunca quiso ser rey. Señoras y señores... los Rolling Stones.

 

Publicado en Viva Jerez el viernes 14 de noviembre de 2014

viernes, 14 de noviembre de 2014

La Búsqueda de Paco de Lucía



Se ha estrenado “Paco de Lucía: La Búsqueda”, documental sobre la vida y avatares del guitarrista algecireño realizado por su propio hijo, Curro Sánchez. Ciertamente ya sólo el título me parece no sólo sugerente, sino acertadísimo, pues tras ver la cinta terminas deduciendo lo que de por sí intuías… un creador que busca en el pozo de sus sentimientos la imposible satisfacción que le colme. Paco de Lucía era un gran inconformista, un trabajador nato y, a su vez, un gran atormentado. Cabe decirlo, suelen ser los grandes artistas de la historia los grandes atormentados, pues su propia genialidad termina martirizando al propio genio. Así mismo, podemos deducir que los artistas no geniales son mucho más felices que los geniales. Es precisamente esa fusión, tan divina como diabólica, la que hace que broten esos halos de luz creativa capaz de iluminar y fascinar al mundo. En el documental, el propio Paco lo declara: “a mí me gusta reírme y el cachondeo más que a nadie, pero cuando todo el mundo empezó a llamarme maestro fue terrible, y me volví un hombre amargado, porque esperaban mucho de mí”.

Pero es quizás su relación con el gran Sabicas lo que más me ha llamado la atención de este documental. La primera vez que en Nueva York escuchó Sabicas a Paco le dijo: “Está muy bien, pero debes crear y tocar tu propia música”, refiriéndose el gran Sabicas a que lo que hacía Paco era emular el toque del Niño Ricardo. Paco quedó impactado y en cierta manera traumatizado por el comentario del gran maestro. Sin lugar a dudas, Sabicas le estaba enseñando el camino a la gran piedra filosofal. Y es que Sabicas bien sabía que es la personalidad propia la que define y distingue a los grandes de los grandes imitadores. Sólo a partir de ahí, Paco de Lucía empieza a ser Paco de Lucía. Interesantísimo también resulta ver a Sabicas en una entrevista criticar a Paco de Lucía, cuando mucho más tarde y llenando teatros, el gran Sabicas sentía hasta vergüenza al ver y oír a Paco hacer música que nada tenía que ver con el flamenco, llegando a manifestar que le entraban ganas de levantarse e irse. A pesar de ello, declara Sabicas que su sucesor era Paco. Yo, al menos, nunca jamás he considerado a Paco de Lucía artista flamenco. Su toque, de hecho, jamás me emocionó por su pellizco flamenquísimo o gitanísimo como sí lo hizo Moraíto. Su emoción más bien radicaba en su elevación sobre el flamenco en aras de una música universal.

Buen documental. Algo frío también. Falto de arrebato emocional, pero que acerca a su lado más humano, al hombre que disfrutaba de su familia, de sus amigos y que reía, lloraba y sufría con una guitarra en sus manos.

Publicado en Viva Jerez el viernes 7 de noviembre de 2014

jueves, 6 de noviembre de 2014

Manzanares, Torero



Aún tengo fresco el recuerdo imborrable, cuando en 2006 asistí sin saberlo a lo que fue su despedida del toreo en la Maestranza de Sevilla. Aquella tarde, como siempre en él, José María Manzanares fue fiel a su honor, su dignidad y a su corazón de torero. Supo que no estuvo como debiera, sobre todo en su segundo, toro que colaboró y que pese a dejar detalles muy suyos, estuvo sin sitio. Fue entonces cuando salió a la raya de tercios para que su hijo le cortase la coleta. El gesto, rebosante de soberana torería,  alcanzó el clímax de rito amargo y grandioso. Allá lo guardo, donde el tiempo se pierde en el agua del pozo de los sentimientos, porque este torero de Alicante con aires de este rincón del sur, siempre estuvo en los genes de nuestra vida.

Pertenece a esa exclusiva estirpe de toreros que siempre nos pertenecieron. Y digo bien pertenecieron, pues cuando uno tuvo la suerte de verle cuajar toros como yo le vi, algo o mucho se te queda en las retinas para acompañarte allá en los arcanos de la memoria. A Manzanares, alejado de la palabrería cursi y farandulera de los complacientes post mortem, hay que entenderlo y verlo como lo que fue: no un torero de arte, pues carecía de ese espíritu santo (oigan, que ahí ni nadie manda ni nadie es culpable), y sí como un torero de enorme gusto, clásico hasta en el andar y con un empaque muy personal. Nunca toreó bien con el capote, esa pena yo sé que la tenía, aunque siempre me impresionaron aquellas chicuelinas de manos bajísimas, con mucho sabor. Mucho más sentimiento derrochaba con la muleta, esa que con la zurda, cadenciosa y rítmica, acompasaba la embestida con su cuerpo entregado, en un trazo largo e incluso trianero. Aquellos ayudados por alto a dos manos surgían cincelados como cuadros añejos con colores ocres. Lo mejor que poseyó Manzanares fue su concepto, sin duda heredado de su padre, un gran aficionado al buen toreo, y quien le exigía cómo había de torear con clasicismo, cosa que a veces conseguía y otras muchas no. ¿Lo mejor de él? Para mí fueron esos pases de pecho, pero con la mano derecha, barriendo los lomos con la panza de la muleta y acompañando con el cuerpo. Qué clásico ha sido en sus formas y qué elegante en su concepto. Oro viejo quedaba en el albero cuando se relajaba y nos decía su secreto. Qué buen torero Manzanares. Descanse en paz, el hombre; nosotros seguiremos con su recuerdo torero como algo nuestro.

Jesús Soto de Paula