lunes, 24 de noviembre de 2014

Siete Vidas, Keith Richards




Llevaba años mirando de reojo ese libro anclado en mi librería, con esa portada entre lo chiflado y lo diablesco que resulta la cara de Keith Richards mirando desde su biografía titulada "Vida". Y es que la vida de este guitarrista, señor de los duendes malignos y sonantes, es como la vida de un gato travieso, pero un gato de siete vidas, una detrás de otra, con sus respectivas muertes y sus consiguientes resurrecciones. Esas siete vidas, traviesas y turbulentas cual gato que se resiste a andar según las normas y las leyes establecidas, quedan comprobadas de su longevidad por las propias declaraciones de Richards, que comenta: "a la semana sólo dormía una media de dos días, los demás días no dormía, con lo cual he vivido mucho más que los demás". En un principio, uno cuando compra un libro sobre sus satánicas majestades los Rolling Stones, presume que puedes caer en ese tópico, ya muy trillado, de sexo, drogas y rock n roll, y ciertamente tras leer este libro te das cuenta de que... es tan solo eso, una bacanal, fenomenalmente narrada de sugerente sexo, excesiva droga y de vez en cuando... rock n roll. Puede ser, que los Stones allá por los 60 fuesen más un símbolo que una realidad fehaciente, ya que fueron los escogidos por una generación de jóvenes anglosajones para llevar a cabo la revolución libertaria que todos anhelaban. Se trataba de chicos gamberretes pero simpáticos, rebeldes pero diplomáticos, alocados pero inteligentes, liderados por el carismático Mick Jagger, que querían sencillamente divertirse, sin miedo a probar las drogas que fuesen, ligarse a la modelo de moda o entrar en juzgados y calabozos de manos de policías y jueces que por un lado los odiaban por representar a una generación de inconformistas, y a su vez querían hacerse una foto con ellos y pedirles un autógrafo. Los Stones eran rebeldes porque sabían que aquellas multas e idas y venidas de los juzgados no irían a más, jugaron por tanto con esas polémicas que a larga sólo aumentaban su leyenda de chicos malos. Llegaron a ser tan grandes que pronto estuvieron por encima del bien y del mal. Sí, tenían policías detractores deseando encarcelarlos al primer escándalo, pero también abogados muy influyentes que les salvaban el culo. Sobra hablar de la grandeza de su música, algo así como un whisky áspero y añejo; y si bien hace mucho que no alcanzan el nivel de antaño, tampoco les hace falta. Los Stones, de hecho, viven y seguirán viviendo de esas veinte canciones de siempre y sobre ellas y bajo ellas esa leyenda que los representa. Es decir, la música en estado puro, un rock nunca demasiado duro, unos Elvis extrovertidos influenciados por el blues de la América negra y unas dosis de corrosiva mala leche. Y antes que de Jagger, siempre fui de este Keith Richards, algo así como un gitano nómada de Inglaterra, un mendigo que nunca quiso ser rey. Señoras y señores... los Rolling Stones.

 

Publicado en Viva Jerez el viernes 14 de noviembre de 2014

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