jueves, 18 de febrero de 2016

Apología De La Cración Inmortal



La poesía, no siendo nada, está en todo aquello que rezuma expresividad mortal en aras de su inmortalidad, aquella que la torna en divina. Y es que la mortalidad, representada en el hombre o el poeta, es la mano necesaria, fecundadora y creadora para inmortalizar su obra. Hemos de tener conciencia pues y mostrar pleitesía a esos creadores, hombres que se saben poetas, y más aún poetas que sólo se saben hombres, capaces de crear ese puente espiritual entre la mortalidad y la inmortalidad de la creación. Esa creación sublime, arrebatadora y anárquica que hace y consigue no sólo que soñemos con la divinidad soñada, sino que soñemos con la realidad ancestral y la veamos en su forma humana, su forma viva, su forma natural. Sólo así, siendo conscientes y justos a la sensibilidad por el arte, podemos apreciar en su justa o injusta medida lo que significó Miguel Ángel para el movimiento, Velázquez para la luz, Rembrandt para las sombras, Goethe para las letras, Beethoven en la música, Miguel Hernández al verso o Rafael de Paula para el toreo, auténticos artífices de la mortalidad en aras de la inmortalidad y su casi inconsciente consecuencia de lo divino. Y manifiesto y recalco lo de su inconsciencia, pues existe un halo casi fantasmagórico de ésta, diría que inocente, sobre la genialidad que sale de sus manos, algo tan natural como el beber, el rezar o el respirar, tan esencial como irrisorio, y que en sus manos se hace creación de proporciones descomunales. No ha estado, en cambio, el mundo humano, ni el de ayer ni el de hoy, preparado para tan magnificencia muestra de luz y de sombra. Más allá, diré que los hombres en su mayoría se sienten cegados, injustos e incapaces ante tal aurora centelleante y relampagueante, por ello sólo el tiempo pone a los creadores en su sitio, en su real estado de eternidad. Sólo pues, una minoría, sabe ver y oír esas creaciones, auténticas catarsis para los sentidos, y darle su real importancia en su tiempo, cuando aún es mortal, cuando aún es corazón palpitante. Dichosos ellos, esos que saben beber del agua de la fuente del arte, agua santificada de todo pecado, porque ellos no tendrán que pedir perdón allá… en la tierra de los justos, y pobres aquellos muchos, insensibles ante la sensibilidad, meros mortales ignorantes; ciegos, mudos y sordos.

 

Publicado en Viva Jerez el viernes 29 de enero de 2016

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