lunes, 28 de abril de 2014

EL FLAMENCO DE PUERTAS PARA ADENTRO





    La voz del cantaor es el lamento del alma, que sale de la boca para recogerse en el eco del aire. Pero algo ocurre en ese aire brujo y caprichoso de las cuatro paredes de una habitación, entre una concurrencia menor, unas botellas de vino semivacías y el silencio de una madrugada improvista y desprovista de compromisos y esperanzas. Y es que resulta inevitable que el flamenco pierda ese halo romántico y duendístico del momento íntimo, ese improvisado desgarro de la causa natural que se desnaturaliza y se desubica cuando al flamenco se le pretende llevar al tablao o teatro ante un público mayoritario.

    Es algo natural e inevitable que el cante y sus intérpretes hayan sucumbido a la lógica comercialización del mismo hace ya muchas décadas. La evolución es a menudo la forma de supervivencia de los estados, pero incluso teniendo en cuenta estos aspectos casi inevitables del ser y sus necesidades económicas, el flamenco no ha encontrado la forma de transmitir esa verdad inquebrantable del momento inesperado entre esas cuatro paredes de una reunión de amigos. Eso, desde luego, lo sabemos los que hemos vivido esas madrugadas de éxtasis, de una manera natural y sin artificios... ese es el verdadero flamenco y el verdadero cante gitano, su expresión infinita e universal en estado puro y salvaje. Una vez que el cantaor se mete en un estudio a grabar un disco o se sienta ante un gentío en un tablao el ángel... se va despavorido ante la frialdad del compromiso y se queda el profesional, el artista sí... pero no su arte.

  Decía mi idolatrado Manuel Agujetas que el secreto del cante está en saber cantar. No cabe mayor sentencia, ni más escueta ni más sencilla. Otra cosa es saber a dónde quedó ese duende como digo caprichoso de aquellas noches sin reloj con el tiempo parado en el remanso del sentimiento estremecido. Yo recuerdo haber escuchado a mi queridísima Paquera en ocasiones en su casa de Rota, allí al laíto del mar, donde los pelos se me ponían como escarpias al escuchar su eco en un tiempo primitivo y acogedor. Y recuerdo otras muchas, cuando iba a verla cantar en festivales de postín, cantar no solo bien, sino magistralmente bien, pero nunca ese eco ni ese... nosequé de aquellas tardes de arrebato e impulso. Lo mismo me ocurrió con Fernanda de Utrera, cuando una noche de fiesta en su pueblo, tras un festival memorable e inolvidable en un mano a mano entre Curro Romero y Rafael de Paula, esta reina de la soleá salió e hizo con su voz en la noche lo que los toreros hicieron en la tarde. Inspirada por los hados curristas y paulistas, Fernanda cantó como si ahora la estuviera escuchando, con ese desgarro en su garganta hería y esas manos rasgando al viento. A Fernanda, claro, la seguí en múltiples ocasiones, a veces coincidiendo con la misma Paquera, pero volvía a chocarme con la misma impresión desangelada del artista desnudo de su arte, de su desnudez... de su espíritu. 

    No es por tanto una cuestión de cantaor o cantaores, ni de época o épocas, sino de desubicar de su estado original a la propia esencia. Pues la esencia del flamenco está viva entre cuatro paredes, pero de alguna manera... muere cuando sale de su ser, de su hábitat... de su cuerpo y alma. Es el flamenco ese aire encerrado del instante que apuñala en la madrugá y que con voz de sangre derrama su esencia del mundo viejo.

 

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